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Australia y la guerra comercial

25/08/2019 | Oceanía

La guerra comercial afecta a cada rincón del mundo. Australia, viejo pilar de EEUU y Gran Bretaña en el Pacífico, se desgarra en la contradicción de sus propios intereses imperialistas: cada golpe arancelario a China apunta a frenar una expansión regional con la que compite... pero también daña de forma directa a sus propias exportaciones.

Un capital cada vez más dependiente de China...

China es a día de hoy el destino de más del 30% de las exportaciones australianas. El constante aumento de las exportaciones al gigante asiático hasta ahora ha permitido a Australia un crecimiento continuado, sin recesión, durante más de 27 años. Pero, impulsado por los ataques arancelarios estadounidenses, el viento está cambiando por primera vez en una generación: la bolsa australiana cae y el mineral de hierro, la mayor exportación nacional, en su mayoría destinado a las fundiciones y acerías chinas, se desploma un 25% en los mercados internacionales.

...en afirmación militar creciente

El desarrollo de una evidente dependencia comercial no templó sin embargo los sentimientos de la burguesía australiana. Las cacerías de espías chinos, las acusaciones de «manipulación de nuestra democracia» y el rechazo a participar en el ramal de la «Ruta de la seda» en el Pacífico a pesar de que sirviera potencialmente para canalizar sus propias exportaciones en la región, nos hablan del choque a un nivel más profundo de sus perspectivas imperialistas.

No se puede decir que no fuera consciente. Hace menos de dos años, el gobierno australiano presentaba un plan para sacar partido mediante la venta de armas de los cambios de alianzas en Asia. Pasaba de jugar su propia e histórica carrera de armamentos con Indonesia, a convertirse en su abastecedor y abastecer a cuanto estado del Pacífico y el Indico se inquietara por el desarrollo militar chino.

Después de la apertura en Djibuti de la primera base militar china en el exterior, la expectativa de una segunda en Vanuatu -negada desde el primer momento por Pekín- se convirtió en la verdadera obsesión de la política exterior isleña. Se reforzaron los servicios secretos internos y externos. Las «patrullas» de la armada australiana por el distante Mar de la China meridional para «afirmar la libertad de navegación» por unas aguas reivindicadas por China frente a sus vecinos, empezaron a resultar cada vez más conflictivas y violentas.

...pero con serios problemas estratégicos

Sin embargo, la crisis de abastecimiento de combustibles de 2018 -posiblemente una discreta señal china- marcó claramente a la burguesía australiana que algo iba mal. Australia se abastece de refinerías asiáticas (China, Singapur y Corea del Sur, sobre todo). Aunque cambiara de proveedores y desarrollara refinerías propias, necesitaría un «pasillo seguro» de Japón al Golfo Pérsico.

El problema es que la dimensión económico-militar de ese pasillo, QUAD, la asociación de Australia, Japón, India y EEUU, era atractivo para el capital australiano sobre todo como una forma de equilibrar exportaciones chinas con otras a India... pero en cuanto Trump elevó la tensión regional, Modi -temeroso de hacer bloque contra Pekin- distanció a India rápidamente. Evidentemente la apertura poco después de negociaciones con la UE para un tratado de libre comercio intentaba a su vez compensar la pérdida de la perspectiva de los mercados indios. Pero ni los volúmenes posibles ni los tiempos de negociación, ni siquiera los costes de transporte, lo hacen equiparable.

...y una crisis política orientada contra los trabajadores

En la interna, Australia sufre su propia rebelión -inconsecuente pero entorpecedora del aparato político- de la pequeña burguesía entre los ya típicos llantos a la sabiduría de la generación anterior de políticos. En un país con una concepción de la ‎nación‎ anglosajona, íntimamente ligada a un cercano y brutal racismo de estado, resulta relativamente fácil a la burguesía socializar el esfuerzo imperialista a base de nacionalismo. Pero no deja de tener sus problemas.

A día de hoy el crecimiento económico depende en buena parte de la capacidad para aumentar el proletariado a base de inmigración: el capital nacional perdería 3700 millones de dólares estadounidenses cada año si se recortase la inmigración en los términos que solicitan los nacionalistas más templados. Pero la histeria anti-asiática de la pequeña burguesía no permite consolidar la masa de trabajadores recien llegados, encuandrándola como «proletariado nacional»: en un país con apenas 25 millones de habitantes, 900.000 trabajadores australianos malviven con visas temporales y sin derechos en condiciones infames. Es más, en el desvarío racista terminal que vive la pequeña burguesía nacionalista, el debate migratorio se ha llevado a la discusión de si confinar a refugiados y nuevos migrantes en las zonas desiertas del interior de la isla.

Este marco fue el que llevó al gobierno en agosto del año pasado al sector duro de los conservadores, poniendo como primer ministro al diseñador de las políticas antimigratorias.

Un año de aceleración de la agresividad imperialista y el autoritarismo

El año de gobierno conservador ha liberado las tendencias hacia el autoritarismo y el estado de guerra permanente. La legislatura comenzó con un acuerdo de libre comercio con Indonesia y un veto a Huawei que marcaban una línea dura frente a China.

Los primeros beneficiarios fueron sin embargo las islas polinésicas, a las que Morrison intenta comprar con proyectos de desarrollo, becas e inversiones. Y a las que no tuvo empacho en convocar a una cumbre de estados del Pacífico en Nauru, bajo un bloqueo informativo impuesto por la revuelta de los refugiados que hacinaba en la isla. Si había dudas sobre el Norte de su política, aprovechó la ocasión para anunciar la apertura de una base militar en Papúa Nueva Guinea «para doblar la hegemonía china», algo que subrayó sumando a la armada a cuantos ejercicios militares se organizaran en aguas del Mar de China. El acuerdo con Papúa Nueva Guinea no es solo militar: en asociación con Japón y EEUU, Australia dirige una inversión de 1700 millones de dólares para la electrificación.

El resultado de este impulso frente a China ha sido, inevitablemente, un incremento de los choques y roces armados con buques de guerra y hasta con pesqueros chinos.

EEUU aprieta... y ahoga

La burguesía australiana teme de China que instale bases militares en el Pacífico que cambien definitivamente la hegemonía en el mar y puedan bloquear sus abastecimientos y comercio exterior. Pero cuanto más intenta afirmarse frente a su principal comprador, más depende de unos EEUU que la miran con recelo y temen que cambie de bando en la inevitable escalada que viene.

La política exterior australiana se ha convertido así en parte de un extraño juego: fue uno de los primeros estados en reconocer Jerusalem como capital de Israel, solo para recibir a cambio nuevas amenazas arancelarias de Trump. Morrison, puesto en cuestión, quitó hierro a las declaraciones estadounidenses solo para sumar acto seguido la armada australiana a la de EEUU y Gran Bretaña en Ormuz.

Australia y la independencia nacional

Australia es un ejemplo más de la imposibilidad de un desarrollo nacional independiente en la época imperialista. Da igual las riquezas naturales que tenga un país, da igual que la burguesía nacional tenga una industria moderna y haya sabido explotar eficientemente a los trabajadores. Al final, es el acceso a mercados para la producción y ocupaciones para los ‎ capitales sobreacumulados‎ lo que importa. Y como eso es así en todos los países, sea cual sea su tamaño, tampoco cabe esperar «aliados salvadores» que permitan acceso indefinido a unos mercados que, globalmente, están saturados crónicamente. En nuestro caso: intentando evitar el control chino, Australia solo puede caer bajo el control estadounidense, arriesgándose en ambos casos a perder su crecimiento y verse cada vez más involucrado en el desarrollo bélico de las guerras comerciales. Eso es todo lo que la burguesía australiana puede ofrecer a los trabajadores: aun más precariedad, aun peores condiciones laborales, aun más militarización y toneladas sin fin de nacionalismo racista.