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28/02/2019 | Historia

Retomamos la serie abierta con el nacimiento del socialismo en EEUU para centrarnos ahora en el movimiento sindical y entender así de forma completa el contexto del aporte y la crítica pionera de Daniel de León sobre los sindicatos y la burocracia sindical.

Por sí solas, las tres categorías de problemas mencionados prueban a saciedad el papel reaccionario de los sindicatos y la imposibilidad, para la clase trabajadora, de dar un sólo paso adelante sin topar de frente con ellos. Su aptitud (hoy necesidad) para ajustarse al devenir del capitalismo ha sido ignorada por los teóricos más lúcidos. Con una sola y notable excepción, la de un hombre casi desconocido todavía, Daniel de León, cuyo pensamiento se ha revelado premonitorio. Desde los primeros años del siglo XX, Daniel de León comprendió que sindicatos y partidos dichos obreros celaban una grave amenaza contrarrevolucionaria. La obrita que teoriza sucintamente sus observaciones debiera ser meditada por todos los revolucionarios.

Los sindicatos contra la revolución, 1960

En abril de 1902 Daniel de León da dos charlas en el «Manhattan Lyceum» de Nueva York a cuenta del «Socialist Labor Party». Recogidas taquigráficamente se publicarán al año siguiente como «Dos páginas de historia romana». Es un texto fundamental en la historia del movimiento obrero. En pleno apogeo de la IIª Internacional, con un papel cada vez más determinante de la burocracia sindical, de León analiza el papel de los «líderes obreros», es decir, los burócratas sindicales, comparándolos con los Tribunos de la Plebe en Roma. Lo novedoso de su crítica está en que, a diferencia por ejemplo de Rosa Luxemburgo. de León se dará cuenta de que no es solo que los «líderes obreros» sirvieran al capital con sus posiciones políticas ‎ oportunistas‎, sino que tenían un intereses materiales en el sistema capitalista. Como los Tribunos de la Plebe romanos, servían de intermediarios entre la clase explotadora y la clase explotada y eran valorados y recompensados por la primera por su capacidad de sofocar la revuelta de la segunda.

Sobre esa base, el ‎reformismo‎ sindical toma un significado nuevo: es una herramienta útil para canalizar las energías explosivas del proletariado hacia la ‎acumulación‎ y el desarrollo estatal del sistema. Es más, la tendencia sindical a negar el ‎internacionalismo‎ empieza mucho antes de que la burocracia sindical empuje a los grandes partidos socialistas a convertirse en reclutadores para la Guerra Mundial. Los sindicatos empiezan pronto a identificarse como un monopolio más, el de la fuerza de trabajo, y en consecuencia entienden sus intereses como parte del capital nacional que apunta ya tendencias hacia el ‎capitalismo de estado‎. Un ejemplo, entonces y ahora, las leyes anti-migratorias, defendidas por los sindicatos bajo la idea de que «protegen los salarios» de la competencia y de que los trabajadores migrantes «no son como nosotros».

Las leyes anti-inmigración son el fruto de estos dos propósitos. Tales leyes matan dos pájaros de un tiro; alejan la atención del nervio que duele y, al mismo tiempo, ayudan a poner a los trabajadores locales en hostilidad racial y de credo contra los recién llegados, que por supuesto, la propia clase capitalista se encarga de que no falten. Obviamente, es en el interés de la clase obrera que estos dos delirios fatales se desvanezcan. ¿Qué hace el «líder obrero»? Da pábulo a ambos delirios. No es casualidad que los Edward F. McSweeneys de la Unión de Zapateros, los McKims de los Carpinteros, los antecedentes de T.V. Powderlys de los Caballeros del Trabajo, y ahora un Frank P. Sargeant, Gran Maestro de los Bomberos de Locomotoras, sean elegidos por los presidentes capitalistas, y se les considere idóneos para ocupar puestos en el Departamento del Comisionado de Inmigración.

Daniel de León. Dos páginas de la historia romana, 1902

La historiografía stalinista atribuye a un supuesto «lassallianismo» las críticas de Daniel de León, acusándole de rechazar las luchas reivindicativas. En realidad de León fue perfectamente consciente de la necesidad de dejar atrás el lassalleanismo tan pronto entró al SLP. Entendía que los comunistas tenían que aportar dirección al movimiento obrero y que por lo tanto tenían que intervenir en las luchas más allá de lo que hasta entonces había hecho el propio SLP, que en lo fundamental se había limitado a una propaganda genérica de las ideas socialistas. De hecho, en oposición a los lassallianos, insistió en la necesidad de participar en los sindicatos como todos los demás marxistas. No fue ninguna simpatía por Lassalle la que le llevó a su crítica, sino la frustrante experiencia del SLP tratando de influir desde abajo en ellos.

Daniel de León, aunque denunció a los jefes sindicales «simple y llanamente», señalando sistemáticamente sus vínculos con el capital, ni minusvaloró las luchas reivindicativas ni rechazó el sindicato en sí mismo. De hecho, su mayor debilidad fue que no pudo dejar de lado la forma sindical en su imaginación política, llegando incluso a pensar que podía ser los órganos a través de los cuales los trabajadores ejercerían su dictadura. ¿Por qué? Porque hasta la revolución de 1905 no aparecen la ‎huelga de masas‎ ni los ‎ consejos obreros‎. La fusión en las formas, instrumentos y fines entre lucha reivindicativa y revolucionaria no se producirá sino a partir de entonces, cuando el capitalismo está ya ‎ dejando de ser un modo de producción históricamente progresivo‎ algo que los marxistas solo empezarán a entender plenamente hasta mucho más tarde1.

Los Caballeros del Trabajo

A principios de los años 60 del siglo XIX, Urías Stephens y otros miembros de un pequeño sindicato de cortadores textiles reaccionan contra su declive creando los «Caballeros del Trabajo» («Knights of Labor o «KOL»), una fraternidad secreta que como tantas otras en aquel momento, hizo un uso intensivo de los rituales y ceremonias hasta 1879 cuando se convirtió en un sindicato público. Su nombre original era «Noble y Santa Orden de los Caballeros del Trabajo». No en vano, su fundador, Urías Stephens, era masón y miembro de varias organizaciones paramasónicas como los Odd Fellows o los Caballeros de Pitias. Los cofundadores, el secretario general y Terence Powderly, que se convertiría en el «Gran Maestro Obrero» de los KOL en 1879, también pertenecían a varias fraternidades y sociedades secretas. De la masonería anglosajona que estaba en su raíz y del amplísimo y colorido mundo paramasónico estadounidense del que formaban parte, heredaron no solo el ritualismo, sino restricciones como la no admisión de mujeres y sobre todo un abierto armonismo social. Si los KOL tenían tendencias socialistas, ciertamente no se encontraban en la dirección nacional.

Habiendo fracasado la asociación abierta y pública después de una lucha de siglos para proteger o promover los intereses del trabajo, hemos constituido legalmente esta Asamblea.... al usar este poder del esfuerzo organizado y la cooperación, no hacemos sino imitar el ejemplo del capital que hasta ahora se ha establecido en innumerables instancias en las diferentes ramas comerciales, el capital tiene sus combinaciones, y sea intencionado o no, aplasta las esperanzas viriles del trabajo y pisotea a la humanidad pobre en el polvo. [Sin embargo], queremos decir que no hay conflicto con la empresa legítima, ni antagonismo con el capital necesario. Queremos crear una opinión pública sana sobre el trabajo, y la justicia de que reciba una parte plena y justa de los valores o capital que ha creado. Con toda nuestra fuerza, apoyaremos las leyes que armonizan los intereses del trabajo y del capital, pues sólo el trabajo da vida y valor al capital, y también aquellas leyes que tienden a aligerar la exhaustividad del trabajo.

Desde su fundación, aceptaron trabajadores de todos los oficios, no solo cortadores. Reclutaron principalmente en lugares que habían sufrido el colapso de sus sindicatos nacionales en 1873. Se expandieron a Pensilvania, Indiana, Ohio, Illinois, Maryland, Nueva York, Nueva Jersey y Massachussetts, pero no más al oeste que Pittsburgh. El secreto de la Orden, sin embargo, pronto comenzó a resultar carga. La represión de los Molly Maguires, una sociedad secreta irlandesa que articuló la resistencia de los mineros de Pennsilvania, suscitó sospechas sobre toda sociedad secreta obrera. Además, el carácter secreto de la orden dificultaba ganar nuevos miembros. Una petición de 1875 de la Asamblea Local 82, detallaba por ejemplo las dificultades que sufría para conseguir miembros, solicitando a la asamblea de su distrito que «tomase medidas para hacer público el nombre de la Orden, para que los obreros supieran de su existencia».

Una vez que los KOL hicieron pública y abierta su organización, la reestructuraron para dar cabida a muchos más trabajadores en sus filas. A diferencia de muchos otros sindicatos estadounidenses de la época, pasaron a aceptar trabajadores no cualificados, mujeres y negros2. Despojados de su vieja piel mística, se convirtieron en un sindicato capaz de desempeñar un papel extraordinariamente significativo en el movimiento obrero estadounidense. La clave: mantuvieron de la organización paramasónica la organización en secciones locales, es decir, rompieron la división por oficios de los sindicatos artesanales. Al hacerse públicos y abrir las puertas, tenían la capacidad de organizar a la mayoría de la clase obrera.

Marx y Engels creían que un movimiento sindical de este tipo, que trascendía los límites de la división en oficios, desempeñaba en aquel momento un papel esencial en la constitución del proletariado en clase. No es de extrañar que Engels considerara que, para que el movimiento obrero estadounidense prosperara, los socialistas necesitaban trabajar con y en los «Caballeros del Trabajo». Engels señaló correctamente que el sindicato no solo era una expresión genuina del proletariado en EEUU sino que era su primera organización unitaria de extensión nacional. Veía sus numerosas tensiones internas como algo natural en una organización que todavía intentaba encontrar su dirección política.

Terence Powderly y los desmanes de la dirección derechista

La dirección de Terence Powderly, que había «abierto» el sindicato, representaba la tendencia derechista dentro de él3, llamaba constantemente al arbitraje como alternativa a la huelga para resolver los conflictos laborales porque, según él, las huelgas eran una «reliquia de la barbarie», aunque el sindicato crecía a través de ellas, incluso cuando no eran organizadas por sus miembros.

No fue el único tema en el que Powderly, que apoyó al lassalliano Phillip Van Patten como secretario del SLP hasta 1883, se demostró pronto como una rémora. Aunque bajo su liderazgo el sindicato aceptó a los trabajadores negros como miembros, su posición oficial hacia los «coolies», trabajadores migrantes chinos, fue virulentamente xenófoba. Los «coolies» trabajaron por salarios ínfimos construyendo el ferrocarril central de Houston y Texas, las presas de California y la línea férrea del Pacífico Sur y el Pacífico Central en las montañas de Sierra Nevada. Eran sistemáticamente maltratados y sufrían la desconfianza del resto de trabajadores que sentían que sus propios empleos se veían amenazados y sus salarios menguaban por su competencia. Los sindicatos, con los KOL a la cabeza, asentaron estos prejuicios negándoles la afiliación y haciendo campaña por la ley de exclusión de los chinos de 1882.

Esta posición racista/xenófoba creó una espiral siniestra. Por un lado dividía a los trabajadores en dos grupos aislados, alienando a los trabajadores chinos de la lucha del conjunto de los trabajadores y facilitando su uso como esquiroles por la empresa. Por otro, exacerbaba la violencia de clase contra los esquiroles llevándola a extremos que a su vez luego eran utilizados para reafirmar el racismo de la dirección sindical y crear un abismo no entre esquiroles y huelguistas, sino entre los «coolies» y todos los demás.

Esta fue la dinámica bajo un episodio conocido como «la masacre de Rock Springs». En 1874, la «Union Pacific Coal Company» redujo los salarios de los mineros en un 20% y aumentó las horas de trabajo al mismo tiempo. Los trabajadores respondieron a los recortes salariales haciendo huelga y uniéndose a los KOL. La empresa respondió sustituyendo a los mineros en huelga por trabajadores chinos. Los huelguistas, muchos de ellos miembros de los Caballeros del Trabajo, atacaron un asentamiento de esquiroles, dejando decenas de cadáveres a su paso. Los comentarios de Terence Powderly, no tuvieron en este caso ningún deje «armonista». Bien al contrario, utilizó los hechos para reafirmar el mensaje xenófobo y desviar la violencia de clase hacia el racismo más repugnante. La misma dirección sindical que insistía en que siempre había una posibilidad de acuerdo con el patrón y que la huelga era «barbarie», tenía como reivindicación excluir por ley a todos los trabajadores chinos, deshumanizándolos y legitimando la violencia contra ellos. No es de extrañar que Terence Powderly acabara como Comisionado General de Inmigración de los Estados Unidos en 1897. Su «comprensión» de los migrantes era la más útil para la clase dominante.

El 2 de septiembre de 1885, los mineros del carbón en Rock Springs, Wyoming Territory, masacraron entre treinta y cuarenta chinos, quemaron sus viviendas y expulsaron a muchos otros del lugar. Que este acto de inhumanidad y carnicería es inexcusable es cierto, pero se había establecido el precedente de que la ley [de exclusión de chinos] podía ser violada impunemente por los chinos, y por quienes deseaban emplearlos. Exasperados por el éxito con el que habían evadido la ley y se habían insinuado en sus lugares a lo largo del ferrocarril del Pacífico, los obreros blancos se desesperaron y se vengaron terriblemente de los chinos. Si se hubieran tomado medidas para observar la ley, y si los chinos hubieran sido tan rígidamente excluidos como deberían, los obreros de Rock Springs no habrían metido sus manos en la sangre de un pueblo cuya presencia en este país es la contaminación, cuya influencia es totalmente mala, y cuyo efecto sobre la moral de cualquier comunidad que habiten tiende a degradar y brutalizar a todos los que entran en contacto con ellos.

Sin embargo, el ‎ carácter universal de la clase‎ empezó a vencer también la zanja creada. Poco a poco aparecieron casos en los que los propios trabajadores contratados como esquiroles acababan entrando en huelga un tiempo después. Fue el caso en Belleville, Nueva Jersey, donde los contingentes que habían reemplazado a las lavanderas en huelga del «Passaic Steam Laundry», se declararon en huelga un año después. No eran los únicos «coolies» que entraban en lucha. En 1884, una gran cantidad de recolectores de lúpulo en el condado de Kern, California, se declararon en huelga también. Se trataba de movimientos todavía etnificados, huelgas de «trabajadores chinos» que no acababan de romper la división entre trabajadores locales y migrantes. Pero mostraron por las claras que los migrantes chinos eran parte de la clase y empezaban a desarrollar una ‎consciencia de clase‎ en consecuencia. La tendencia socialista de los Caballeros del Trabajo, organizó entonces asambleas en Nueva York con migrantes chinos solo para chocar una vez más con Terence Powderly y la dirección nacional que inmediatamente ordenaron la disolución de las asambleas.

En 1886, tras la algarada anarquista de Haymarket, mientras los sindicatos, socialistas y anarquistas eran reprimidos, Terence Powderly, en lugar de defender a las víctimas de la represión, las condenó, asumiendo que eran culpables de los crímenes de los que se les acusaba. La tendencia socialista de los KOL (DA 49), por el contrario, hizo una resolución conjunta con el Sindicato Central de Trabajadores de Nueva York («New York Central Labor Union») en su defensa. Daniel de León, apoyó esta resolución conjunta. Daba clase entonces en la Universidad de Columbia y todavía no se había unido al SLP, pero sus lazos con la DA 49, eran ya profundos sin embargo y llegó a participar en un mitin en Cooper Union refiriéndose al juicio como un «crimen judicial».

Se cerraba una etapa. La sucesión de huelgas fallidas, las tensiones entre los obreros cualificados representados y los peones organizados en los KOL, así como las tensiones entre las diferentes asambleas del propio KOL, propiciaron un rápido declinar de los KOL tras la represión.

La AFL

Los socialistas no esperaban otra cosa que reformismo de un sindicato, pero el reformismo hubiera representado ya un avance frente al armonismo de la dirección lassalliana de los «Caballeros del trabajo», siempre que se mantuviera la forma de organización de éstos. Ahí residía el potencial que veían los comunistas de la época, empezando por Marx y Engels. La organización gremial, por oficios y niveles, dividía a la clase trabajadora en el mismo centro de trabajo. Una organización por grandes sindicatos de ramo nacionales, con secciones locales y de empresa transversales, que incluyera a los trabajadores no cualificados y peor pagados, era la base para organizar a la clase como tal a nivel nacional.

Tal visión, aunque enfatizaba la importancia del sindicalismo, contrastaba profundamente con el modelo de la «American Federation of Labor» («AFL») bajo el liderazgo de Samuel Gompers. La AFL, a diferencia de los KOL, organizaba exclusivamente a los trabajadores especializados y excluía, en la práctica, mujeres, negros e inmigrantes. No es de extrañar que compartiera la posición de la dirección de los KOL sobre los trabajadores chinos. Promovió el «sindicalismo llano y simple», es decir, rechazaba la actividad política. Se inspiraba en los sindicatos británicos, donde la integración de los sindicatos en el estado se consolidaría antes incluso de la Primera Guerra Mundial.

Su modelo de organización nacional significó el paso del sindicalismo de industria, transversal, capaz de unir distintos oficios a nivel nacional, a un modelo «profesional» en el que los sindicatos «nacionales» representaban los intereses particulares de un grupo de cualificación particular. Siguiendo el modelo del «Congreso de Sindicatos Británicos», la AFL hacía hincapié en la negociación colectiva, las altas cuotas de sus miembros y el particularismo de oficio, expresando así la voluntad de afirmar una «aristocracia obrera» diferenciada y enfrentada a la gran mayoría de la clase, formada por millones de inmigrantes que ocupaban puestos de trabajo sin cualificación. De hecho, en 1897, la AFL apoyó que se realizara una prueba de alfabetización para inmigrantes con el fin de reducir las llegadas a Estados Unidos de nuevos contingentes de trabajadores; y en 1898 la convención de la AFL aprobó una resolución que se oponía a la organización de las mujeres trabajadoras, a las que veía también como competencia potencial y mandaba al hogar.

Estos son sólo un par de ejemplos del papel destructivo que la AFL desempeñó en el movimiento obrero. Transmiten muy bien la continuidad de una cierta perspectiva gremial, feudal, reaccionaria al fin, que ve en el desarrollo y crecimiento de la clase un peligro para los salarios y el status de los trabajadores cualificados. En las nuevas condiciones industriales la tradición del monopolio de oficio, con sus secretos técnicos y la importancia de la continuidad del conocimiento en el gremio, solo podía convertirse en sexismo, racismo, xenofobia y en general cualquier forma de exclusión.

Es más, estas tendencias reacionarias van a reproducirse de modo inevitable una y otra vez en los sindicatos que consoliden aparentemente, en una inevitable ilusión de colaboración de clases entre sus direcciones y las patronales, ventajas relativas para un determinado grupo de trabajadores. Engels pudo observar ya en 1871 el obstáculo que esto tipo de sindicatos podían suponer para el movimiento obrero.

El movimiento sindical, entre todos los sindicatos grandes, fuertes y ricos, se ha convertido más en un obstáculo para el movimiento general que en un instrumento de progreso; y fuera de los sindicatos hay una inmensa masa de trabajadores en Londres que se han mantenido bastante alejados del movimiento político durante varios años, y como resultado son muy ignorantes. Pero por otro lado también están libres de muchos de los prejuicios tradicionales de los sindicatos y de las otras sectas antiguas, y por lo tanto forman un material excelente con el que se puede trabajar.

Engels celebraría más tarde el «nuevo sindicalismo» que rechazaba la exclusividad artesanal y la colaboración de clases. En una carta dirigida a Friedrich Adolph Sorge en 1889, dijo que el movimiento obrero en Inglaterra era en ese momento «un movimiento sindical, pero totalmente diferente del de los antiguos sindicatos de obreros cualificados, la aristocracia del trabajo». Estos sindicatos florecieron con huelgas como la del puerto de Londres de 1889 o la de las cerilleras de 1888. Este punto de vista, la promoción de los «nuevos sindicatos», constituyó la base teórica de la ST&LA y, más tarde, de los «Industrial Workers of the World» («IWW»).

La «Central Labor Federation» y la batalla por un «nuevo sindicalismo»

En diciembre de 1895 se formó la Federación Central del Trabajo («Central Labor Federation», CLF). Era un organismo sindical centralizador que promovía un «nuevo sindicalismo». Hizo hincapié en la acción política independiente, así como en la organización económica de la clase obrera. Se fusionó con la «Unión Central de Trabajadores» («Central Labor Union», CLU) en 1889, pero se separaron de nuevo en 1890 durante la campaña electoral de 1889. Tanto el «Workmen’s Advocate» como el «Volkszeitung», las dos principales cabeceras socialistas del momento, denunciaron la corrupción de la CLU durante esta campaña. En represalia la CLU expulsó a los reporteros de ambos periódicos, lo que a su vez propició que la CLF se separara de la CLU.

La CLF intentó entonces recuperar su antigua afiliación a la AFL. Samuel Gompers se negó aduciendo que la CLF había admitido a miembros del SLP como delegados, lo que según él contradecía el carácter apolítico de la AFL. Gompers incluso escribió a Engels preguntándole cuál era su opinión sobre la situación. Argumentaba que no pretendía ser antisocialista, sino que la AFL sólo podía admitir a sindicatos. Engels estuvo de acuerdo en que la AFL tenía «derecho formal de rechazar a cualquiera que venga como representante de una organización de trabajadores que no sea un sindicato, o de rechazar a los delegados de una asociación en la que tales organizaciones sean admitidas». Sin embargo, según el SLP, Gompers se había negado a conceder la afiliación a la CLF incluso después de que el SLP la hubiera abandonado formalmente. Pero independientemente de si la CLF tenía razón o no, estos acontecimientos llevarían al establecimiento de la CLF como un sindicato socialista independiente. La CLF decidió en ese momento que era hora de rechazar el sindicalismo «simple y llano» e instó en 1890 a las organizaciones que permanecieron en la CLU a retirarse porque,

Durante años ha habido hombres en la Unión Central de Trabajadores que, en lugar de atender exclusiva y concienzudamente a los intereses del trabajo, han descuidado y traicionado notoriamente esos intereses y han actuado sin escrúpulos como agentes directos o indirectos de los partidos políticos locales. Destacado entre los hombres de este personaje es James P. Archibald, quien desde la misma sede del secretario de actos (recording secretary) que aún ocupa, se jactaba abiertamente de haber recibido 60 dólares por su servicio al Partido Demócrata. Y en lugar de expulsarlo por desacato, sus delegados no sólo lo mantuvieron, sino que expulsaron a los reporteros de los únicos periódicos sindicales de esta ciudad porque estos sostenían que tal hombre no era un representante adecuado de los trabajadores.

Una cláusula en los documentos constitutivos de la Federación Central del Trabajo, establece que:

Todo sindicato afiliado a esta Federación Central del Trabajo de Nueva York declara que se opone a los partidos políticos existentes de los capitalistas, y favorece la acción política independiente de los trabajadores organizado.

Al mismo tiempo que la CLF estaban surgiendo organizaciones similares. La «Central Única de Federaciones del Trabajo» («United Central Labor Federations», UCLF) tenían una estrecha relación con el SLP y prohibían a las organizaciones centrales «apoyar a los candidatos de cualquier partido que no sea un partido obrero de buena fe» o permitir que «cualquiera de sus constituyentes lo hiciera». Dos años más tarde, la «Central de Federaciones de Trabajadores» de Nueva York pidió la formación de un sindicato nacional compuesto por organismos sindicales centrales. La junta ejecutiva general de la UCLF luego imprimió 200 cartas para los organismos centrales de cada sindicato. Es decir, el intento del SLP de influir en el KOL y la AFL no surgió de la nada. El impulso no surgió de la mente de Daniel de León sino de la propia evolución del movimiento obrero buscando centralizarse y encontrar una dirección política propia.

En la convención de Chicago de la AFL en 1893, los socialistas presentaron la «Plataforma 10» que declaraba que «todos los medios de producción y distribución fueran colectivamente propiedad del pueblo». Los delegados socialistas lograron someter el punto a referéndum y ganaron la votación. Pero en lugar de incluir el punto en los estatutos de la siguiente convención en 1894, los anti-socialistas pudieron lograr que se descartara.

Además, los socialistas de los KOL intentaron derrocar a Terence Powderly. El intento terminó en fracaso, porque, aunque reemplazaron a Terence Powderly por otro, su reemplazo propagó la utopía populista del «plata libre» en el diario oficial de los KOL. Lo que fue aun peor, H.B. Martin obtuvo el puesto de editor y recibió dinero del partido demócrata por publicar propaganda demócrata. Posteriormente, en la asamblea general de 1895, la representación de la Asamblea Local 1563, o sea la asamblea de Daniel de León, fue rechazada por medio de un alubión de maniobras corruptas.

Al final, los sindicatos que intentaban cambiar el curso del sindicalismo se vieron frustrados. Sus intento de cambiar la dirección oficial de los grandes sindicatos fallaron uno tras otro. El «aparato» siempre vencía, con apoyos o sin ellos. Como lo describió el SLP,

Los maleantes demostraron que nunca se rendirían a los socialistas, enfatizando así su papel como lugartenientes del capital.

La «Alianza Socialista de Oficios y Trabajos» («ST&LA»)

Este es el contexto en el que nace la «Alianza Socialista de Oficios y Trabajos» («ST&LA»). Como apuntó Daniel de León en su debate con Job Harriman se trataba de reconocer un hecho básico.

Para que un sindicato sea beneficioso para los trabajadores debe tener cierta característica central; debe reconocer la lucha de clases entre la clase capitalista y la clase obrera.

Daniel de León, al contrario de lo que afirma el izquierdismo, no fue un lassalliano que decidió abstenerse de la actividad sindical por creer en la «ley de hierro del salario». Bien al contrario, como marxista, entendió que el movimiento obrero necesitaba a los sindicatos. Y al igual que Marx y Engels, comprendió que la clase obrera tenía que organizarse en sindicatos que tuvieran la capacidad de organizar a tantos trabajadores como fuera posible en tanto que trabajadores, en tanto que clase, no en tanto que miembros de un oficio o dueños de un saber particular. El movimiento obrero necesitaba sindicatos que no hubieran nacido para colaborar con el capital, que alentaran la independencia de clase del proletariado. Tal fue la base de su aversión al sindicalismo «simple y llano» de Samuel Gompers y al colaboracionismo armonista de Terence Powderly. En lugar de rechazar a los sindicatos, creía, por el contrario, que había que luchar por un «nuevo sindicalismo» y tal fue la base de la controvertida «Alianza Socialista de Oficio y Trabajo» («ST&LA»).

La ST&LA es a menudo caricaturizada como un movimiento sectario y dependiente de Daniel de León que fue desastroso para el SLP y su capacidad de intervenir en el movimiento obrero. Muchas de estas interpretaciones están basadas en el relato de Morris Hillquit, un firme partidario de la AFL, al igual que la gran mayoría de los críticos de la ST&LA en aquel momento. Entre unos y otros pintaron al nuevo sindicato como un complot lassalliano para destruir los sindicatos... cuando en realidad estaba en continuidad con el empeño de los marxistas por promover una unión inclusiva e independiente de clase... Algo que se fundiría después en el sindicato industrial de los IWW.

Se trato en realidad de un intento de utilizar a los sindicatos como una herramienta para la lucha de clases. Era una reacción al hecho de que los grandes sindicatos de aquel momento ya habían empezado a desempeñar un papel de colaboración en el estado sin haberse desprendido todavía siquiera del discurso y la ideología armonista y colaboracionista.

La ST&LA se formó a partir la Asamblea del Distrito 49, que era en realidad el corazón de la tendencia socialista del KOL, la CLF, la «Federación Socialista del Trabajo» («Socialist Labor Federation»), los «United Hebrew Trades», y un pequeño organismo central en Nueva Jersey. Sin embargo, no pudo organizar muchas huelgas de impacto. Sus huelgas más importante tuvieron lugar en Slatersville -Rhode Island- y en Pittsburgh. La primera, contra la «Steel Pressed Car Company», terminó con un triunfo, pero la segunda, de trabajadores textiles, acabó con el cierre de la empresa. El tiempo de las huelgas de empresa, al «viejo estilo» del ‎capitalismo ascendente‎, estaba pasando ya. 1905 y la primera Revolución rusa darían un aviso luego confirmado por los movimientos de 1909 en España y Chile. Las nuevas huelgas tendían a ‎ extenderse territorialmente agrupando industrias muy diferentes‎ y tomando un cariz abiertamente revolucionario. Ese mismo año, la ST&LA, se integraría en los «Trabajadores Industriales del Mundo» (IWW).


Notas

1. Aunque «1905» de Trotski, «Huelga de masas, partido y sindicatos» de Rosa Luxemburgo y las tesis de abril de Lenin, alcancen entre 1906 y 1917 una comprensión clara de los soviets como órganos insurreccionales y a la vez de organización de la clase como un todo para el ejercicio de su dictadura, no entendieron que la forma sindical de lucha no solo había sido superada, sino que era ya una rémora cada vez más peligrosa en la medida en que en un capitalismo de monopolios fuertemente centralizado en el estado, el ‎capitalismo de estado‎ que estaba convirtiéndose en universal, los sindicatos, cualquier sindicato, no podía tener ya otro horizonte que su integración en el aparato estatal. Este debate solo empieza a partir de 1919 después de la experiencia de la revolución alemana.

2. Aunque también permitieron que algunas secciones se segregaran en función de sexo o raza.

3. Eleanor Marx escribió junto con su esposo Edward Aveling, un libro que detallaba sus observaciones del movimiento obrero en los Estados Unidos. Este libro, «El movimiento de la clase trabajadora en América», menciona a los KOL en una breve sección del libro. Señalaban dos tendencias contradictorias en ellos: una de derechas, representada por la dirección de Terence Powderly, y otra socialista. Desde nuestro punto de vista esta tendencia estaba representada por la Asamblea de Distrito 49 (DA 49), aunque también hubo muchas otras tendencias «intermedias» que no entrarían en ninguna de estas dos categorías, como la que inició la huelga de 1886, en la DA 101.