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13/11/2018 | Argentina

Llegamos al final de octubre con una economía sonada, recorte sobre recorte, tras reducir el déficit un 47% en 10 meses. Pero resultó ser solo el prólogo. La verdadera ofensiva de primavera fue la aprobación de un presupuesto público que reducía el gasto en servicios sociales un 6%, en educación y cultura un 23%, en vivienda y urbanismo un 48%, en promoción y asistencia social un 20%, en salud un 8% y en agua potable y alcantarillado un 20% . Obviamente con todo el aparato político haciendo su papel, cruzando los dedos y cuidando los detalles para evitar que «estallara el conurbano».

Por si acaso, el sindicalismo más corrupto y el Papa, tomaban ya posiciones organizando una misa en Lujan y el FMI tomaba su parte en la representación declarando la deuda (98% del PIB, por debajo de España o Italia) insostenible, reconociendo carácter recesivo de las medidas que la institución impulsa y... llamando a medidas aun más recesivas. Todos para contarnos el viejo cuento: un capital nacional sensato pero maniatado, pinzado entre unos sindicatos tan ladrones como beatos y un FMI insaciable. Todo parecía listo para una nueva huelga general «tranquilita» y bien nacionalista que pusiera el dedo en... el FMI.

Y cuando todo parecía presagiar un nuevo acelerón de la crisis y con ella de los ataques... La Reserva Federal de EEUU (Fed) retrasa la subida de tipos hasta diciembre alejando la pesadilla de una nueva tormenta monetaria. La huelga se desconvoca aceptando el gobierno negociar un «bono», una paga extra, de 5.000 pesos (unos 125€) a los trabajadores del sector privado, que se convierten en 6.000 para los trabajadores públicos. Macri, que como buen burgués porteño cree que el mundo para mientras los amigos están de vacaciones, hace cábalas ya por llegar a marzo -si la Fed quiere- con el clima social intacto.

La burguesía argentina concede aceptar la «mediocridad asistida» por el FMI con un mohín si le sirve para frenar la caída. Le gustaría más sangre. Pero sabe que el ambiente en los barrios no está para bromas. Se consuela pensando que podía ser mucho peor y que a fin de cuentas, demasiado bien están dado que según las encuestas, ni la democracia ni la economía producen ya otra cosa que desafección en todo el continente. Ahora, toca salvar el frente exterior y concentrarse todos en el G20 de finales de mes, hasta los K, a ver si recuperan algo de lustre y pueden jugar su papel en la defensa del atropello cotidiano con más credibilidad.

Y es que el frente exterior, lo es todo para un país del «modelo exportador». La burguesía argentina sabe de sobra que el capital nacional no va a recuperarse ni pasar repentinamente a ser viable a base de recortes. A día de hoy su gran esperanza sigue siendo que China y su hambre de soja generen un incremento de precios y pedidos. Pero su principal problema está mucho más cerca de casa.

De siempre, la verdadera pesadilla estratégica para Argentina es una alianza entre Chile y Brasil. Bolsonaro habló desde el principio de su campaña de un «bloque liberal» con Chile como socio preferente en la región. Y en cuanto empezó a tener posibilidades serias de convertirse en presidente brasileño Chile empezó a tomar distancias de la Rosada. El terremoto Bolsonaro dejó claro desde el primer momento que las cosas están cambiando a peor para el capital argentino. Como presidente in pectore anunció que su primer viaje internacional como presidente sería a Chile, EEUU e Israel. Su programa exterior se basa en aumentar las exportaciones industriales. Y eso significa «ganar libertad» frente a Mercosur. Dicho de otra manera: salir de la disciplina Mercosur y llegado el caso sacrificar el mercado argentino para reforzar su polo de automoción y máquinaria paulista. A día de hoy eso significa poner en jaque las trabajosas negociaciones entre Mercosur y la UE cuya conclusión se anunciaba para finales de este mes en el mismo G20. La UE ya ha anunciado que no piensa volver atrás en el proceso revisando consensos ya alcanzados porque Brasil quiera reconsiderarlos. Cree que así presiona a Bolsonaro, pero en realidad acelera el previsible incremento de la tensión.

Los rumores que llegan a la cancillería argentina desde el mítico Itamaraty, confirman las peores pesadillas de los analistas del gobierno, comenzando por la inminencia de una carrera de armamentos regional. Los planes originales de Macri incluían un refuerzo de las capacidades militares sin entrar en riesgos financieros. El presupuesto de Defensa subió un 14% en 2018 y con ello, tras diez años sin pedidos, la estatal FAdeA ha vuelto a producir para la Fuerza Aérea, se compraron cinco cazabombaros de segunda mano a Francia y dos lanchas artilladas a Israel. Todo eso acabó bruscamente con el presupuesto de 2019. Si las tensiones con Brasil crecen y, como es previsible, su sector aeroespacial y de automoción se ven reforzados por pedidos del ejército en una nueva escala, Macri tendría que financiar la carrera armamentística a cuenta de ataques directos a la cohesión social. Es decir, solo podría mantener su peso regional en el nuevo juego continental a costa de aumentar aun más el riesgo de conflictos sociales internos.

La burguesía argentina piensa en finales de noviembre, la cumbre del G20, unos días como un asidero y otros como la previa de un nuevo desastre. Bastaría un divorcio público con Brasil o un nuevo desencuentro Mercosur-UE, para que la prometida subida de tipos en EEUU produjera una nueva tormenta monetaria. Si consiguen «pasar», todo el horizonte estratégico de que es capaz llega hasta marzo. Es decir sobrevivir a las vacaciones de verano. Ese es todo el proyecto de la clase dirigente: capear las andanadas directas e indirectas de la guerra comercial sin más esperanza que la suerte o el milagro. Solo eso debería dejarnos claro ya que no hay solución que pase por el capital nacional y su expresión, el ‎nacionalismo‎. Por mucho que nos lo pinten de rojo, el capital argentino no es una fuerza juvenil forcejeando con el FMI para liberarse, sino un monstruo senil que se arrastra y serpentea sin otro rumbo que la desesperación ni otro legado que la miseria.