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Argentina en el precipicio

20/06/2018 | Argentina

En artículos anteriores vimos como el impacto de la guerra comercial sobre los capitalismos sudamericanos abocaba a tormentas monetarias y ataques directos a las condiciones del trabajo crecientes en Argentina. No es para nada un fenómeno local ni regional: Indonesia y Turquía están en una situación similar: devaluaciones cambiarias brutales y una sangría permanente de capitales.

El capital nacional y el FMI

Cuando el oficialismo dice que los términos del préstamo del FMI son los de su política de gobierno se refiere a que mantiene el objetivo de reducir el déficit fiscal primario en 7000 millones de dólares, pasando del 2,7 al 1,3% del PIB. La lista de deseos de Macri es la del capital nacional: eliminar las subvenciones a consumos básicos para reducir las tensiones presupuestarias a corto y las inflacionarias a medio, aumentar la precariedad y bajar los salarios reales para dar oxígeno a un sector industrial poco competitivo internacionalmente y conseguir inversiones extranjeras y nuevos mercados para modernizarlo, tecnificarlo y «ponerlo a punto». El problema es que ni siquiera el balón de oxígeno del crédito FMI permite ocultar la contradicción entre tales objetivos y una demanda insuficiente bajo ataque de la inflación y del recorte del gasto.

El planetamiento inicial del oficialismo se la jugaba a compensar las carencias endémicas de demanda con capitales y mercados externos. Es decir, la apuesta macrista pasaba por un reposicionamiento imperialista de Argentina. Su aspiración era encontrar nuevos socios en términos similares a los del capital español, que cruza los dedos para que se mantenga una mínima estabilidad cambiaria y poder seguir compensando con inversiones y contratos públicos las dificultades del mercado interno europeo. Las «bondades» del modelo para el imperialismo español son evidentes en toda Europa y la oferta era en principio «vendible». Por ejemplo, mientras las recientes bajadas del euro empeoraban la situación de toda la banca comercial europea, Santander y BBVA -que obtienen el 80% de sus beneficios en Iberoamérica y lo repatrían en dólares- subían en peso y valoración relativa. Pero con una guerra comercial global en marcha el objetivo de encontrar nuevos mercados y socios se torna también utópico. La descomposición política europea lleva al capital argentino una y otra vez a incrementar su dependencia del gigante asiático... en el peor momento, cuando la guerra comercial se come incluso el crecimiento británico y la Unión Europea se apresta para entrar en la espiral de una batalla arancelaria con EEUU y China.

El «fin del gradualismo»

Condenado a la soledad y confinado en sus fronteras, los márgenes de maniobra del capital nacional argentino decrecen con la devaluación diaria por mucho que el sindicalismo contenga a una clase trabajadora sistemática y rápidamente empobrecida. De ahí la crisis de gobierno. Las subidas constantes del dólar han destruido completamente la viabilidad del presupuesto «austero» y convierten incluso las medidas más draconianas contra el déficit en simplemente utópicas. Cuando Macri declara que se acabó el «gradualismo», nos dice que renuncian a mantener un mínimo equilibrio entre la destrucción de demanda vía «tarifazos», bajadas salariales y destrucción de ahorro y la obtención de capitales y nuevos mercados exteriores.

A lo único que no renuncia es al 7% del PIB destinado a subvenciones directas a la industria nacional. Si lo hace, aun más teniendo en cuenta que la devaluación se ha comido la mitad de la capacidad importadora de esos fondos en dos años, acabaría de ahogar al capital nacional. Si el capital nacional quiere seguir fortaleciéndose y tecnificándose tiene que acelerar la acumulación y bajar salarios reales. Si quieren reducir el coste del estado para ellos y el peso del déficit sobre la divisa, no pueden sino atacar aun más abiertamente las coberturas sociales. No va a haber tregua.

Hoy la subasta de letras del Banco Central (las famosas «LEBACs») ha dejado el tipo de interés que paga el estado a 27 días en el 47%... y era ya del 40%. Con todo, solo se renovaron el 60% de los títulos... es decir, a día de hoy ni siquiera los tipos usurarios sirven para atraer capital que salve la cotización del peso contra el dólar. Y nada lleva a pensar que el gobernador del Banco Central no mienta descaradamente cuando aseguraba hoy en Clarín que «estamos entrando en una mayor estabilidad del dólar». La verdad es que el capital sigue huyendo de Argentina y arrastrando al peso consigo. El dólar ha subido un 60% en lo que va de año y con él el coste de las importaciones, lo que a su vez empuja a los precios y se come los salarios. Los precios han subido más de un 30% en lo que va de año mientras las «paritarias» (convenios) solo recogen subidas escalonadas hasta un 15% de los salarios. Estamos ante una devaluación forzada y acelerada del trabajo y la capacidad de compra de los trabajadores que está llevando al límite a miles de nuevas familias trabajadoras cada día.

Burguesía nacional y estado contra los trabajadores

Confiado en la probada capacidad del aparato sindical peronista para conducir a los trabajadores a donde la burguesía quiere llevarnos, el gobierno promete créditos para paliar la fragilidad de la pequeña burguesía que sigue siendo su principal pilar electoral. No son los únicos defensores de la burguesía nacional ahogada y precarizadora. El izquierdismo patriota se escandaliza ante la amenaza de colapso de la pequeña industria, nos vende un inexistente conflicto entre capital nacional y FMI y propone como bálsamo la piedra de toque del viejo programa reaccionario de la «liberación nacional»: la nacionalización de los recursos energéticos. ¡¡Como si el estado que ahora «protege» a las multinacionales asociadas a la burguesía nacional no fuera a «proteger» aun más directamente el interés del capital nacional frente a los trabajadores de ejercer la propiedad directa sobre los recursos naturales!!

Como era claro desde el primer momento, los trabajadores estamos solos y todas las fuerzas del aparato político del estado van a tratar de confinar el debate de la crisis y sus «soluciones» en un terreno nacional estéril. Todos los discursos que pretenden que el capital nacional puede salir adelante con otra política u otro gobierno, no significan más que más y más empobrecimiento y sacrificios. El camino de salida pasa por plantear una lucha independiente y directa por las necesidades humanas que el trabajo reivindica. Y para eso, para poder no dejar pasar una sola devaluación más del salario, hace falta organizar ya hoy las luchas por fuera de los sindicatos.