Antivacunas y sindicatos
Desde el pasado lunes en Italia sólo se puede trabajar con «pasaporte Covid» («green pass»). Aunque el 85% de la población está vacunada quedan algunas bolsas de trabajadores por vacunar víctimas del discurso anti-vax. Los sindicatos «combativos» como Cobas tomaron una posición similar a la que ensayaron el Sud y algunas ramas de CGT en Francia, enfrentando a los trabajadores entre sí y contra la necesidad de todos en nombre de una supuesta «libertad individual» para poner en riesgo a los compañeros de trabajo. Sin éxito, por esta vez. Pero... ¿cómo enfrentar la alianza antisocial de antivacunas y sindicatos?
Antivacunas y sindicatos en Italia
La semana pasada una manifestación de 30.000 negacionistas antivacunas, organizada por el grupo de neofascita Fuorza Nova, asaltó la sede central del sindicato mayoritario, CGIL, en Roma e intentó, sin éxito, hacer lo propio con la sede del gobierno. Es uno de los mayores éxitos de la «fusión» que el bannonismo impulsó durante la pandemia de ultras, conspiranoicos y antivacunas. Y a pesar de las condenas y las amenazas de represión, pareció que la ola se extendería a las universidades y a algunos centros de trabajo como el puerto de Trieste.
Pero no son los neofascistas y los negacionistas más delirantes los que impulsaron huelgas contra la obligatoriedad de facto de la vacunación en las empresas y los puertos. Los ultras no tienen base entre los trabajadores como para poder planteárselo.
A la cabeza de los intentos de huelga anti-«green pass» estaba COBAS, el sindicato «combativo» y «de base». Aducía que la obligatoriedad divía a las plantillas entre vacunados y no vacunados. Dicho de otro modo, COBAS llamaba a la huelga para garantizar el «derecho» de los antivacunas a aumentar el riesgo de contagio de sus compañeros de trabajo.
La fusión entre «squadristi» (bandas o patotas de matones antiobreros), grupos de la pequeña burguesía airados y sindicatos «revolucionarios» no es nueva, de hecho es la fórmula original del fascismo italiano. Asi que el aparato de creación de opinión vio pronto la oportunidad de legitimar a los grandes sindicatos y el gobierno con una capa de antifascismo.
En la práctica, las movilizaciones y huelgas convocadas por la alianza de antivacunas y sindicatos quedaron en nada y pocas plantillas se han roto en la discordia.
La alianza de antivacunas y sindicatos «combativos» ha intentado, sin éxito, replicar lo que ya habíamos visto en Francia entre enfermeros, trabajadores hospitalarios no sanitarios y paramédicos. Como allí, en este caso la pregunta es la misma: qué une a sindicatos con antivacunas y cómo estos movimientos pueden movilizar a algunos grupos de trabajadores contra sus intereses más básicos.
La deriva anti-vacunas de la pequeña burguesía...
Antes de la pandemia, cuando comenzó a extenderse la revuelta global de la pequeña burguesía contra los efectos que para ella tenía la crisis, se apuntaba ya el protagonismo discursivo creciente de un anticapitalismo reaccionario.
El rechazo al capitalismo de la pequeña burguesía crea ideologías alucinadas que niegan la ciencia y la producción masiva sin pensar por un momento que su universalización supondría poco menos que un genocidio. Vivimos en un mundo en el que la incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas -y el trabajo, los trabajadores somos la primera de ellas- condena a centenares de millones de personas a la subalimentación, la miseria y el hambre.
Agreguemos a ese cuadro el fin de la vacunación infantil, la reducción de la producción en masa (decrecimiento), el fin de la verdura barata (cultivos ecológicos) y de las proteínas animales asequibles (veganismo) e imaginemos que pasaría. Si la crisis ha significado miseria solo con parar el crecimiento del PIB imaginémoslo en retroceso continuado. Ese es el «paso atrás» que la pequeña burguesía exige al capitalismo.
El anticapitalismo reaccionario. 19/11/2017
Como no podía ser de otra manera, estos mensajes reclamando la «vuelta atrás» iban acompañados de un individualismo galopante y de una verdadera exaltación de la moral burguesa y su mercantilización de las relaciones humanas, desde el sexo y la reproducción a las relaciones afectivas. Individualismo y subjetivismo exacerbado que el bannonismo no podía sino amplificar entre los sectores más delirantes de la pequeña burguesía, pero que de entrada no eran aceptados de forma natural entre los trabajadores.
Es aquí donde entran los sindicatos.
...encuentra a la pequeña burguesía sindical...
No hay que olvidar la naturaleza de clase de los sindicalistas profesionales.
No es su negocio ayudar al desarrollo de las luchas. Su negocio es mediar la venta de fuerza de trabajo aspirando a convertir la organización de la que son cuadros profesionales en un monopolista más dentro del gran juego de capitales que determina precios y salarios.
Cobrar por organizar fuerza de trabajo en la producción es lo mismo que hace un directivo de cualquier compañía. El directivo asalariado es la forma característica de la burguesía corporativa en el capitalismo de estado bajo el que vivimos. ¿Qué cabe esperar de la burguesía corporativa... sindical?
De ese modo, los sindicatos en realidad abortan la organización de los trabajadores corporativizándolos para encauzar las ganas y la necesidad de luchar hacia un terreno que en realidad simplemente organiza el mercado de trabajo, no la lucha por las necesidades universales de los trabajadores. Como en el mercado, en el sindicato todo el conjunto de posibilidades se resume al resultado de oferta y demanda en un juego trucado.
La «escasez» de mano de obra, los sindicatos y la moral de los trabajadores, 28/9/2021
Los cuadros bajos de los grandes sindicatos y los cuadros profesionalizados de los «sindicatos combativos» forman, en ese marco, una «pequeña burguesía sindical» que de forma natural se identifica con la pequeña burguesía corporativa y universitaria. Por eso las tendencias del sindicalismo a recoger y hacer propios identitarismos interclasistas como el feminismo, el racialismo o todo tipo de nacionalismos «alternativos» y «populares».
El enfoque que a la organización y toma de decisión sobre las huelgas vienen dando desde los 90 es significativo también. La mayor parte de las huelgas sindicales hoy no son decididas por la asamblea de trabajadores.
La naturaleza colectiva de la huelga se niega e invisibiliza. Ya no es una decisión colectiva tomada en asamblea y vinculante para los que votan lo contrario al voto mayoritario.
Los sindicatos, todo lo más hacen una «asamblea informativa» donde se vota como sondeo. La huelga se vende como «derecho democrático», es decir, individual, a responder a una convocatoria.
¿Iba a ser diferente con la vacunación? Antivacunas y sindicatos tienen más en común de lo que parece.
Vacunarse o no, trabajar o no, vienen a decir, es una cuestión individual, el resultado de un cálculo de costes y beneficios que realiza cada cual. La naturaleza social de la vacunación -y no tiene otra- se invisibiliza completamente.
Se entiende aquí la naturalidad de los sindicatos para mimetizarse con los argumentos bannonitas. Durante las tres últimas décadas han usado un argumento similar para degradar y desnaturalizar las huelgas. Estas ya no serían una decisión colectiva tomada en asamblea, sino el resultado de la agregación de decisiones individuales ante una convocatoria sindical, una especie de votación en la que la papeleta se sustituye por quedarse en casa.
Vacunación obligatoria: ¿De dónde sale la resistencia?, 8/8/2021
...y se nutre del paso de la precarización a la atomización
Pero si el acercamiento entre antivacunas y sindicatos «combativos» es comprensible, que eso se traduzca en influencia «antivax» entre los trabajadores o fracase como en Italia requiere aún algunos elementos más.
Antes de nada observemos que grupos de trabajadores han caído en el discurso de la barbarie antivacunas. Sanitarios y hospitalarios en Francia, algunos grupos de trabajadores de residencias de mayores en España, collas de estibadores en Génova y Trieste en Italia... No hay que investigar mucho para darse cuenta de que son bolsas de trabajadores en las que la precarización lleva tanto tiempo desarrollándose y es tan extrema que hace de la atomización un modo de vida.
Es sobre ese terreno de aislamiento y agotamiento social y emocional que golpea el individualismo antisocial, anti-humano y delirante de la unión de antivacunas y sindicatos. Y aun así, como hemos visto en Italia y Francia, en la mayor parte de las ocasiones los trabajadores no siguen los cantos de sirena antivacunas de Sud, Cobas e incluso CGT.
Pero aunque no fructifique ahora el embate de antivacunas y sindicatos, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Que los sindicatos sean una fuerza destructiva, integrada -hasta en sus versiones más «combativas»- en la lógica del estado no quiere decir que no tengamos que organizarnos en el puesto de trabajo, que no tengamos que enfrentar la atomización y la precarización desde las empresas y los barrios. Y empezar cuanto antes.