AMLO o el «anti-imperialismo» de la burguesía mexicana
Hoy la prensa de todo el mundo abría con el triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador, AMLO, en la primera vuelta de las presidenciales mexicanas. Con un 53% de los votos no tendrá ni siquiera que someterse a una segunda vuelta para ocupar el palacio de los Pinos. Además, su partido, MORENA, gana el poder local, la alcaldía del DF y se acerca a la mayoría en la cámara de diputados.
El «New York Times», «El País», «Le Monde» y tantos otros medios internacionales se apresuraron a escribir artículos presentando al viejo y rancio cacique nacionalista como «el campeón de la izquierda».
Es obvio que se ha producido un giro profundo en la orientación de la burguesía mexicana. Hasta la vieja oligarquía empresarial acabó descubriendo los encantos del «gallo azteca» y empujando a sus figurones en el el PAN y el PRI a engrosar los apoyos de MORENA. Les costó, pero tres vectores les empujaron decisivamente: la guerra comercial con EEUU, el grado de descomposición del propio estado y la inquietud cada vez más activa de la pequeña burguesía.
Tan lejos de Merkel, tan cerca de EEUU
La reorientación proteccionista del capital estadounidense no podía sentirse sino como un terremoto en México. Los estudios que circulaban el año pasado aseguraban que si EEUU rompía el tratado de libre comercio con México y Canadá («TCLAN») se recuperaría de sus secuelas antes de un año, mientras que el capital mexicano se devaluaría como mínimo en un 9%. Pero pronto la realidad se demuestra mucho más grave para la burguesía mexicana. Sin necesidad de cambios legales algunos grandes fabricantes comienzan a «relocalizar». El primero Chrysler, se lleva su fábrica a Michigan. En parte porque calcula los efectos de la entonces solo anunciada reforma fiscal. Pero también porque en el México «globalizado» de hoy, la burguesía ha perdido la soberanía incluso para fijar los precios de la electricidad y por tanto para ofrecer un marco de precios minimamente estable que no dependa de decisiones políticas al otro lado de la frontera.
La primera andanada arancelaria atacará lavadoras y paneles solares antes de entrar en una renegociación del TCLAN tediosamente enfrascada en determinar, cual sexo de los ángeles, qué parte del valor cabía adjudicar a cada país en la fabricación de un coche mientras Trump amenazaba con «cortar por lo sano» y dar por finiquitado el tratado directamente si México, uno de los países con legislación más xenófoba de América, no hacía aun más para evitar la llegada de refugiados y migrantes al muro. Ahí fue cuando la propia burguesía de estado mexicana empezó a darse cuenta de que no era algo temporal que pudiera «arreglarse» antes de las elecciones como había prometido Trump. Especialmente cuando las fantasías bélicas de la derecha americana empezaron a escenificarse en la frontera.
El hecho decisivo fue sin embargo que la guerra comercial con Europa tomaba cuerpo y Trump iba centrando el foco en la industria automovilística alemana. ¿Qué mejor lugar para presionar a Merkel que Querétaro donde Alemania ha invertido millones y arrastrado a toda la industria auxiliar de otros países europeos como España? De paso mandaba una señal a las tentaciones «europeistas» del equipo de Peña Nieto. Por mucho que la UE estuviera al quite y negociara en pocos meses una ampliación de su acuerdo comercial, por mucho que México diera concesiones petrolíferas a Repsol para generar alianzas por el camino rápido... no podrían escapar con una finta, porque sus aliados alemanes se jugaban tanto como ellos en el TLCAN.
El problema de fondo es que el 80% de las exportaciones mexicanas eran, son, a EEUU. Cualquier «alternativa» al mercado estadounidense requiere mucho más que una finta. La burguesía mexicana necesita colocarse en el juego imperialista de una manera completamente nueva, entender el mapa desde otro lado.
Descomposición social y hartazgo de la pequeña burguesía
A todo ésto, la descomposición del estado mexicano no ceja. Hasta vuelve la piratería al golfo de México. Hay que decir que la verdadera guerra civil entre y con las mafias, no tiene equivalente a los fenómenos de delincuencia organizada dedicada al tráfico de drogas en Argentina o Europa. Los cárteles actuales son los descendientes, selección darwinista mediante, de fracciones de la burguesía periférica y la pequeña burguesía que quedaron excluidos de las oportunidades que el TCLAN trajo para los sectores centrales de la burguesía mexicana a finales de los ochenta. Eso explica además su facilidad para «infiltrar» todas las instancias del poder. Desde el PAN y el PRI hasta MORENA, no hay familia del poder local que no esté o haya estado emparentada con el crimen organizado. La misma campaña electoral, convertida en verdadero ajuste de cuentas entre familias oligarcas locales, ha dejado un récord con casi 130 candidatos asesinados.
La pequeña burguesía comercial, la joya «social» de la globalización mexicana, se enfrenta además no solo a las mafias y a un estado siempre corrupto y hostil, sino a una lumpenización masiva que amenaza su cotidianidad. Comenzó el año sufriendo saqueos organizados abiertamente vía Whatsapp. La inseguridad está al nivel de Siria o Irak. Con 25.000 asesinatos en 2017 la mortalidad violenta supera cada año a a la acumulada en Yugoslavia durante toda la guerra civil. Más de la mitad de las empresas sufrió un delito grave -secuestro, asesinato, etc.- durante el mismo periodo.
AMLO: ¿Un nuevo Cárdenas
A la burguesía Mexicana, AMLO, el cachorro priista de la pequeña burguesía de Tabasco, líder del PRD, alcalde del DF y candidato presidencial fracasado nunca le convenció. Provinciano, «antiguo» e iracundo después de denunciar el robo electoral de la presidencia, se le antojaba un «Chávez en potencia». Pero AMLO ha demostrado tener mejor conocimiento de la articulación entre estado, gran burguesía y aparato político del que se pensaba. Su baza era el desgaste de los dos partidos conservadores tradicionales y el colapso de su antiguo partido, el PRD que les inhabilitaba para un liderazgo político fuerte si la situación con EEUU se radicalizaba. López Obrador supo dejar de ser el «gallo azteca», tomar distancias de cualquier asociación con Venezuela -y luego con Rusia- y convertirse en el campeón del control presupuestario y la ortodoxia fiscal. Nuevo discurso y nueva estética, promesas de ataque a las condiciones de trabajo de las grandes mayorías trabajadoras mexicanas y un discurso de «duro» al gusto de la pequeña burguesía provinciana. ¿Cómo no iban a reconsiderarlo?
La burguesía mexicana ha resuelto la reorganización de su aparato político con mucha más contundencia que sus primos europeos. Gana con AMLO una izquierda que ha sido capaz de involucrar en el proceso electoral a más trabajadores que nunca hasta ahora. Pero sobre todo gana un campeón del nacionalismo que además era el único líder relevante que llevaba años proponiendo una nueva orientación imperialista para un capital mexicano «mimado», como decía Trump, por los acuerdos con EEUU y despreocupado de encontrar mercados exteriores.
AMLO se postula como el Lázaro Cárdenas del nuevo siglo para la burguesía mexicana. Como Cárdenas con las nacionalizaciones petroleras, nos venderá como anti-imperialismo el cambio de alianzas y aumentará el control social por el estado en busca de una imposible mejora disciplinaria de la cohesión social. Seguramente juegue una intempestiva carta de apertura hacia América del Sur e intentará recuperar el viejo eje del galeón de Filipinas entre Asia y Europa, geopolítica manda. Lo que es seguro es que nada de eso puede sustituir a corto plazo el papel del mercado estadounidense como comprador y que la guerra comercial va a aumentar la inestabilidad con aun más violencia que en América del Sur. Y frente a eso, AMLO solo tiene una receta, la misma que en todos los demás países, la salida «nacional»: atacar más y cada vez más directamente las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora mexicana.