Alexandria Ocasio Cortez y el «socialismo» en América
Los cambios en la «opinión» nunca son inocentes. La «opinión» es una industria bien aceitada que produce, bajo las condiciones del capitalismo de estado, «unión nacional en la diversidad» de mil falsos debates y máscaras.
Hace ahora un par de años, grandes medios como el Washington Post empezaron a advertir que había un cambio de fondo en la actitud política de los jóvenes estadounidenses. Una encuesta realizada por la Universidad de Harvard centrada en personas entre los 18 y los 29 años, descubría que el 51% «rechazaba el capitalismo» y un 33% decía apoyar ideas «socialistas». En noviembre de 2017, coincidiendo con el primer aniversario del triunfo electoral de Trump, otro estudio, éste patrocinado por una fundación «anticomunista» americana, aseguraba que el 44% de los jóvenes estadounidenses preferiría vivir en un país «socialista o comunista». La prensa anglosajona nos contaba emocionada como Bernie Sanders enamoraba a una generación con «la palabra que comienza por S» y «Jacobin» se convertía en la revista trendi.
Las elecciones presidenciales de 2016 en EEUU revelaron la dicotomía abierta entre dos estrategias posibles para la burguesía estadounidense. Por un lado, el sector tradicionalmente «a cargo» del estado en la burguesía norteamericana, ligado al gran capital financiero y las industrias más deslocalizadas apostaba con mantener el multilateralismo como forma de hegemonía global. Por otro, la burguesía orientada al mercado local y la pequeña burguesía regional apostaban por el proteccionismo como forma de recuperar la cohesión social y territorial de una sociedad maltrecha y cada vez más descompuesta. Si el primer grupo se vio reflejado en Hillary Clinton y, con un poco menos de claridad, en Ted Cruz; el segundo se identificó abiertamente con Trump entre los republicanos y Sanders entre los demócratas.
Ligados al sector menos poderoso de la burguesía, con los medios en contra, uno y otro no dudaron en apelar abiertamente al descontento de los trabajadores frente a la precarización. Rompían así el tabú que reinaba desde la segunda mitad de los ochenta y que impedía incluso nombrar a la clase o utilizar el término «capitalismo». Sanders se sumaba a las reivindicaciones por el salario mínimo de 15$ a la hora, uno de los primeros destellos de combatividad de la clase, aun bajo un aplastante control institucional. Y Trump prometía la «vuelta» de los trabajos manufactureros bien remunerados «perdidos» en la deslocalización que siguió a lo que calificaba como «desastrosos tratados comerciales». Descollaba ya sin ambages su xenofobia cuando prometía acabar con la competencia por el salario de la mano de obra inmigrante.
https://www.youtube.com/watch?v=vST61W4bGm8
En estos dos años, parece que la tendencia proteccionista y partidaria de la guerra comercial, se ha hecho solidamente con el partido Republicano. La fracción globalista de los demócratas, en cambio, fiaba su liderazgo al acoso jurídico y policial a Trump. Pero la vía de la destitución parlamentaria bajo el argumento de la colusión de Trump con Rusia parece desinflarse ante un presidente que sabe dar siempre un tono más alto. Y el cambio abierto hoy en el Tribunal Supremo les lleva a una batalla electoral en la que no tienen los mejores augurios.
Alexandria Ocasio Cortez
Y en esto, una de las asistentes de Bernie Sanders se presenta en el distrito que cubre el Bronx y Queens contra uno de los popes clintonitas prometiendo «un Nueva York que los trabajadores se puedan permitir»... y gana. Inmediatamente comienza la construcción pública de Alexandria Ocasio-Cortez, la «matagigantes» según New York Times. El mensaje se globaliza inmediatamente. «Il Corriere»» la presenta como «La mujer portoriqueña que hace temblar al partido demócrata». BBC titula: «Millennial derrota a veterano demócrata». Todos los elementos identitario-ideológicos por los que la fracción globalista, clintoniana, había apostado en su cerco a Trump -desde el #metoo y la «revolución femenina», al canto a los «milennials» y las «minorías hispanas»- se les vuelven en contra con ella porque los concentra y los dobla añadiendo además un elemento central: se define como «a working class newyorker», una neoyorquina de clase trabajadora, que titula su candidatura como «el pueblo contra el dinero» y dice que «es hora de uno de nosotros».
https://www.youtube.com/watch?v=rq3QXIVR0bs
¿La izquierda liberal se hace «socialista»?
Apelar a los trabajadores cambió el juego en 2016. Como aseguró Steve Bannon en una famosa entrevista, «si la izquierda se centra en raza e identidad [de género] y nosotros vamos con nacionalismo económico, podemos reventar a los demócratas». Tuvo razón y también la tenían Sanders y los encuestadores de Trump: la movilización electoral de los trabajadores en torno a un discurso que ligaba, en ambos casos, nacionalismo y situación de los trabajadores, habría dado el triunfo a los demócratas si hubieran llevado al viejo senador en vez de a Clinton. Así que la interpretación más obvia de este «giro socialista» de la izquierda burguesa americana es que el mismísimo aparato demócrata está dispuesto a «correrse a la izquierda» y volver a hablar para la clase trabajadora con tal de recuperar el poder. Dicho de otro modo: las reglas del juego han cambiado y quien no se dirija a los trabajadores como tales no tiene opciones de ganar la opinión electoral. Las movilizaciones de maestros de este año apuntarían a una creciente, aunque aun germinal, combatividad de los trabajadores, por lo que no es probable que la tendencia decaiga, sino que, en todo caso, se refuerce.
Pero el hecho de fondo es que el proteccionismo asimétrico de EEUU, de momento, funciona para el capital nacional y le da elementos en los que sostener la ilusión de que se avanza o se podría avanzar hacia una mayor cohesión social: desempleo en el 4,1% y salarios promedio al alza un 0,3% en solo 9 meses acumulando una subida total del 2,9% en un año. La promesa de Trump, revivificar los ingresos de los trabajadores y simultáneamente bajar los impuestos a los ricos, parece hacerse realidad. Qué para conseguirlo el camino haya sido entablar una guerra comercial respaldada por una renovada y permanente amenaza militar que nos ha acercado como nunca a la guerra, poco importa para un capital que siente un revivificante vértigo ante el tirón del consumo y que empieza a pensar que, como le dice Trump, podrá «ganar» a China. Es decir, el ala proteccionista de la burguesía norteamericana empieza a ganar hegemonía y desde ella favorecer una reordenación del aparato político impulsando una izquierda a su medida.
Los grandes medios europeos se han unido rápidamente a la campaña de consagración de Alexandria-Ocasio-Cortez. Alertan sobre un «cambio» de fondo en las corrientes de opinión globales, comparando el trumpismo con el identitarismo europeo. Tampoco son inocentes y ni siquiera se molestan en ocultarlo. Ven en ella un «caso de éxito» con el que animar a las izquierdas del sistema para que renueven lenguaje y encuadren activamente de nuevo a los trabajadores
Cualquiera que es percibido como defensor del sistema está en el rumbo del tsunami. La sensación es que tendrán mejor suerte aquellos que defienden los valores del sistema que los que defienden el sistema en sí.
Tanto en EEUU como en Europa se están produciendo dos fenómenos paralelos como consecuencia de la crisis sistémica del capitalismo. Por un lado estamos ante una verdadera revuelta global de la pequeña burguesía que toma formas que van desde el rechazo de la ciencia y la industrialización al identitarismo más rancio, pasado por el separatismo regional. Por otro, el empobrecimiento sistemático y continuo de los trabajadores empieza a producir destellos aquí y allá de un precario pero prometedor desarrollo de la combatividad de los trabajadores. La adaptación a esta nueva realidad del aparato político de la burguesía en todo el mundo está siendo muy conflictiva. Desde Alemania a Chile, desde Gran Bretaña a España, desde Italia a México, desde Sudáfrica a Argentina... la burguesía está pasando tremendas dificultades para integrar las fuerzas centrífugas de una pequeña burguesía tan rebelde como impotente y contener dentro del cuadro nacionalista a unos trabajadores que cada vez que pegan una patada en el suelo, hacen temblar todo el sistema y paralizan sus preparativos bélicos.
Alexandria Ocasio Cortez bien puede acabar siendo «flor de un día», pero el interés en ella refleja hasta qué punto la principal contradicción política de nuestros días es que para contener a esa pequeña burguesía en fuga, la burguesía se ve empujada a invocar a una clase trabajadora cuya misma existencia niega. Y no sabe cómo hacerlo sin despertar sus peores fantasmas.