Agosto espartaquista
Hace 102 años, el ala izquierda de la IIª Internacional en Alemania se desgajaba del SPD para formar la Liga Espartaquista. La nueva organización nacía de la mano de marxistas revolucionarios que habían denunciado al viejo partido por cruzar sin remisión el campo de clase al apoyar la gran matanza imperialista que arrasaba Europa. Muchos pagaban su lealtad al internacionalismo con la prisión, como Rosa Luxemburgo. Otros habían sido movilizados como tropa y otros, la mayoría de las mujeres, como mano de obra semiforzosa en las fábricas militares. Defendían la posición que tocaba defender a los marxistas: la oposición revolucionaria a la guerra, el derrotismo revolucionario. Como decía Karl Liebknecht, «el enemigo está en casa», el enemigo es la burguesía, no la masa de obreros militarizados que se lanzaban a matarse entre ellos en inhóspitas trincheras que acababan siendo sus propias tumbas. Se debía transformar la guerra imperialista en revolución, en guerra contra la burguesía parasitaria que estaba lanzando miles de vidas a la muerte.
Rosa Luxemburgo no solo es un ejemplo del pasado. Su análisis de la acumulación de capital y sus consecuencias es fundamental para entender el mundo de un siglo después, nuestro mundo, como pronosticó y analizó, el capitalismo ascendente, progresista, acabó hace más de un siglo. Vivimos en la decadencia de un sistema que ya no tiene espacio para crecer según sus propios términos y solo produce ciclos de crisis y guerra, con lapsos de reconstrucción proporcionales a la cantidad de capital fijo destruido y nuevas crisis en las que la caída de la tasa de ganancia empuja de nuevo al sistema por la pendiente que conduce a la guerra. Es decir, el capitalismo solo es capaz de ofrecer ya un ciclo infernal de miseria, guerra, escombros y sacrificios para mantener la rueda de la destrucción en marcha.
Los que habéis seguido este blog durante este último año, los que seguís diariamente nuestro canal de noticias, habéis podido ver con nosotros como están avanzando las condiciones de una nueva crisis que lanzará a miles de obreros a la precariedad y la miseria; cómo la propia clase dominante reconoce cada vez más abiertamente que la guerra comercial llevará apunta a una guerra generalizada. Por eso, recordar hoy lo que significaba el internacionalismo de Rosa Luxemburgo y los espartaquistas es más importante ahora que nunca. En una guerra es donde verdaderamente se muestra el espíritu de la burguesía, se muestra el único futuro que puede ofrecernos, se muestra qué intereses representa hoy como clase y qué significa la nación. Porque los intereses nacionales son los de la acumulación del capital nacional y siempre caen para el mismo lado: precarización, pauperización]... y guerra. Guerra en las que las víctimas no serán precisamente los burgueses, sino la clase trabajadora.
Al izquierdismo le falta tiempo en cuanto estalla un conflicto entre facciones burguesas para llamarnos en apoyo de la democracia, la liberación nacional y mil banderas más que uno u otro lado toman inevitablemente como consigna de encuadramiento. Nos dirán una y otra vez que «hay que ir donde va la mayoría de los trabajadores», que la crítica de principios está muy bien pero que si te quedas en solitario con ella te vuelves inútil y que lo que hay que hacer es unirse al los grandes movimientos para construir un «ala izquierda» y construir una alternativa «desde dentro».
Hace 100 años, Luxemburgo, Liebknecht, Zetkin y Gorter en Alemania, Lenin y Trotski en Rusia, Bordiga en Italia, Roland-Holst y Pannekoek en Holanda... nos enseñaron que el único camino que lleva a parar la guerra empieza precisamente al revés: aceptando el aparente y temporal aislamiento y man tendiendo un internacionalismo franco, abierto e intransigente, porque como decía Marx «no se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin; se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser». Y en ese ser el internacionalismo y el centralismo, las dos dimensiones que expresan su naturaleza como clase universal, son inexcusables para poder pasar de la potencia a la realidad de una alternativa a la barbarie.
En 1915 el partido italiano, el suizo y el búlgaro, eran los únicos que no habían caído en bloque en la orgía patriótica y guerrera. Fueron ellos los que convocaron en Suiza una conferencia internacional contra la guerra.
[Grimm, el encargado de la organización,] había elegido para la reunión un lugar situado a diez kilómetros de Berna, un pueblecillo llamado Zimmerwald, en lo alto de las montañas. Nos acomodamos como pudimos en cuatro coches y tomamos el camino de la sierra. La gente se quedaba mirando, con gesto de curiosidad, para esta extraña caravana. A nosotros no dejaba de hacernos tampoco gracia que, a los cincuenta años de haberse fundado la Primera Internacional, todos los internacionalistas del mundo pudieran caber en cuatro coches. Pero en aquella broma no había el menor escepticismo. El hilo histórico se rompe con harta frecuencia. Cuando tal ocurre, no hay sino anudarlo de nuevo. Esto precisamente era lo que íbamos a hacer a Zimmerwald.
León Trotski. Mi vida, 1929
Un siglo después el movimiento revolucionario necesitaría unos cuantos coches más, pero no por ello es más relevante o influyente políticamente de lo que eran los internacionalistas en Zimmerwald. Hoy empieza a reorganizarse a lo largo del mundo desde abajo, muy poco a poco, reconstruyendo ese «hilo histórico». El tiempo apremia. La alternativa afirmada por los espartaquistas, «socialismo o barbarie», es más actual que nunca, pero esperar que el desarrollo de la barbarie por sí misma «abra los ojos» de la gran mayoría sería suicida. Hace falta organizarse. Tú haces falta.