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¿Adónde va todo esto?

19/10/2020 | Actualidad

La crisis de 2008 nunca terminó. A la recesión siguió un estancamiento, los famosos dientes de sierra, que revelaba las dificultades objetivas para mantener la ‎acumulación‎ y que, como tendencia mostraba una destrucción irreparable de ‎fuerzas productivas‎. Hay que tener claro que la lógica del ‎capital‎, la ‎acumulación‎, cuando se desarrolla libremente no produce un estado estacionario, sino crecimientos cada vez más rápidos, curvas de PIB cada vez más empinadas. Y sin embargo, once años después de la crisis financiera, en diciembre de 2019, sin la pandemia en el horizonte todavía, las proyecciones para 2020 eran las de un empeoramiento general de las condiciones económicas acelerado a su vez por la guerra comercial con la que cada estado o grupo de estados intentaba arañar oportunidades y mercados internos para su propio capital nacional.

El estallido pandémico y los confinamientos produjeron una caída abrupta de la producción y el comercio global acelerando el proceso. Y ahora, las medidas de recuperación proclaman una nueva austeridad aun antes de ejecutarse y recuperarse nada.

No siendo el covid la causa de la crisis, tampoco hay que pensar en el fin de los confinamientos ni en la vacunación general como su solución. Al afectar en primer lugar a China, el gran motor del comercio mundial, la epidemia mostró rápidamente sus consecuencias económicas. Pero China también es el único país que ha sabido y querido controlar de un modo efectivo los contagios. Ante un rebrote, por pequeño que sea, moviliza recursos masivamente y genera nuevo conocimiento y protocolos a aplicar a partir de ellos. Y sin embargo, aunque ha recuperado el crecimiento, lo ha hecho en proporciones mucho menores de las esperadas.

De hecho, el nuevo plan quinquenal chino no se basa en una expectativa global de recuperación global, sino en lo que llaman desarrollo dual. Básicamente se trata de dar una respuesta defensiva a la guerra comercial y la incertidumbre en las relaciones económicas con la UE, EEUU y sus aliados. El objetivo es reducir la dependencia del comercio exterior y las inversiones en cualquier región insegura a medio plazo para el capital chino. La nueva estrategia consiste en reorientar los excedentes de capital hacia la inversión en las zonas de influencia directa, donde no haya de temer giros políticos bruscos y el Oeste del país, más seguro militarmente. La estrategia implica en la interna acelerar la proletarización forzada de millones de campesinos y en la externa consolidar relaciones allá donde la ventaja a obtener a corto pueda convertirse en insalvable para los competidores, como en Argentina o Asia Central. Mientras, en paralelo se acelera la fractura tecnológica, convirtiendo la asociación comercial con China en la adopción de una complementariedad con barreras de salida cada vez más fuertes.

¿Qué quiere decir todo ésto? Que aunque las cifras chinas recuperen el vigor de hace una década, lo que resulta más que dudoso, cada vez van a tener menos impacto fuera de su área directa de influencia. China va a ser cada vez menos la locomotora del capital global. Está pasando, a su modo y más suavemente, a lo mismo que pasó EEUU con el trumpismo y que, si consigue finalmente el triunfo dentro de quince días, se mantendrá, bajo otras formas, con Biden.

Lo que ya no podemos ver más que como primera etapa de esta crisis, el periodo 2008-2019, puso en primera fila de las prioridades de todos los capitales nacionales la consecución de balanzas comerciales positivas. El mismo EEUU redefinió su política de seguridad para supeditarla a la renegociación de términos comerciales con aliados y competidores. Un país de capitales mucho más débiles como Turquía, ha creado un arco de conflicto que va desde Azerbaiyán a Libia pasando por Siria y Sudán para intentar sentarse en mesas desde las que renegociar su acceso a los mercados controlados por Alemania y Rusia y disputar los recursos gasísticos frente a sus costas. India mantiene fronteras calientes y tensión bélica permanente con China desde hace meses para recuperar espacio comercial y destinos internos a sus propios capitales... Y si ampliamos la perspectiva, año tras año, semana tras semana lo que vemos es una multiplicación de conflictos armados con más de dos potencias externas involucradas, una nueva carrera militar-espacial en marcha y un boom en el desarrollo de armas nucleares acompañando a la guerra comercial y las crecientes luchas de divisas.

¿Va ésto a cambiar en la nueva etapa de la crisis? La tendencia que vemos es más bien hacia una extensión de las regiones en conflicto y una participación cada vez más directa y abierta de grandes potencias. Las tensiones y continuos movimientos y despliegues militares en las fronteras marítimas de China y en el Himalaya son el modelo de lo que viene. Se ha convertido ya en escenario común de planificación militar la entrada de América del Sur y el Ártico entre las zonas calientes. El Mediterráneo lo es ya y probablemente lo será aun más en un futuro relativamente cercano.

Durante la mayor parte del periodo que se cierra con la pandemia, todas estas contradicciones sistémicas se traducen en un ascenso de la rebelión -necesariaente estéril- de la pequeña burguesía. España es un buen ejemplo por su diversidad: desde 2011 con el 15M a la moción de censura de Vox pasado mañana, en el medio el auge independentista catalán y la proclamación de independencia, el ascenso de Podemos y las fuerzas regionalistas, las manifestaciones negacionistas durante la pandemia... Todo concurre a una crisis del aparato político que a su vez agrava las fracturas en la clase dirigente y el estado bordeando siempre la crisis institucional. El fenómeno es global, crece espectacularmente a partir de 2017 (Argelia, Italia, Alemania, Francia, Hong Kong, Ecuador, Chile...). Son, sin duda, un palo en la rueda de la clase dirigente y sus políticas de recuperación del capital frente a la crisis.

Pero hay que destacar dos hechos más que fueron muy visibles en 2019: en primer lugar, que a lo largo del periodo y de modo cada vez más abierto conforme el gran capital se va recuperando, lo que estos movimientos exigen bajo las consignas y reivindicaciones más coloridas, es la participación de la pequeña burguesía en la transferencia de rentas del trabajo al capital que las políticas anti-crisis han puesto en marcha y de las que se sienten excluidos. Aunque intenten coser la brecha mediante el discurso de la transversalidad, las contradicciones entre los movimientos populares y las necesidades de los trabajadores se van manifestando de modo cada vez más claro. En segundo lugar, su propia impotencia política tiende a convertir a estos movimientos en candidatos a la instrumentación por potencias rivales como vimos en Irak o Hong Kong.

Arrancada la pandemia, la evolución de estos movimientos ha sido dispar. Los partidos sistémicos intentan todavía digerirlos con distinta suerte. Algunas partes se han decantado hacia el delirio, otras se han integrado con entusiasmo en el empuje hacia nuevas ideologías de guerra. En ningún caso pueden darse por acabados. Al revés, el desarrollo de la crisis solo puede revivir a unos y reanimar a otros, seguramente transpirando aun más desesperación y, al menos en sus expresiones de izquierda, buscando encuadrar trabajadores para marchar aun más decididamente hacia la nada.

El final de la primera fase de la crisis,a partir de finales de 2017 nos trajo la reaparición de la huelga de masas y en general de la emergencia de reivindicaciones de clase desde Irán 2017 hasta Matamoros (México) en 2019 y la huelga salvaje de ferroviarios en Francia. Hasta tuvimos la primera movilización de estudiantes que realmente enarbolaba reivindicaciones de clase.

Es decir, el periodo 2008-2019 se cierra con una tendencia global hacia la reaparición de luchas de trabajadores en términos cada vez más claros de confrontación con las estructuras sindicales y los mensajes de supeditacion de las reivindicaciones a los beneficios, de la empresa o de la economía (=capital) nacional. Ese cambio cualitativo, que revisa y en muchos casos supera o pone los elementos para superar, los callejones sin salida de la última gran oleada mundial de luchas que acaba a mediados o finales de los ochenta, se hace cuantitativo con la pandemia. Las huelgas vuelven a crecer, aunque con ellas también, de momento, los sindicatos y por tanto sus límites.

¿Adónde va todo esto?

Tomando un poco de perspectiva, la situación actual es la de una aceleración, mediada por las condiciones de la pandemia, de las contradicciones que venían desarrollándose con cada vez más violencia en el periodo anterior. El capitalismo está en una crisis histórica de largo recorrido. Lleva diez años en una situación global cada vez más difícil para la ‎acumulación‎ y las estrategias de cada sector y cada capital nacional no hacen sino agravarlo. La extensión de guerras y conflictos armados cada vez más peligrosos, potencialmente más globalizables es la expresión del nivel máximo de contradicciones alcanzado hasta ahora. Por lo mismo, dentro de cada estado, el capital necesita transferir rentas y recursos para retomar su dinámica. El resultado en términos de ‎pauperización‎ y ‎precarización‎ de sectores masivos del ‎proletariado‎ es evidente y cotidiana.

Pero frente a esa multiplicación de contradicciones y ataques, hasta ahora ha sido la pequeña burguesía en sus distintas facciones y sectores la que ha llevado la voz cantante. No para pararla, evidentemente, sino para ponerse a cubierto de ella, cada vez más claramente a costa de los trabajadores. Los trabajadores, por su lado, empezaron a reaccionar con cada vez más ‎ fuerza‎ a partir de 2018 y con movimientos más amplios en este mismo año. Y sin embargo, todos estos movimientos y luchas, por lo general, siguen estando atrás de la evolución de la situación, aunque... cada vez menos atrás, cada vez más cerca de poder representar una fuerza real capaz de ofrecer e imponer una salida histórica.

Lo que está claro es que para que eso ocurra, es necesario además, que los trabajadores nos dotemos de herramientas y expresiones políticas propias con capacidad de servir de catalizadores de esos procesos. Es decir, haces falta tú.