Adios, carne barata
Alemania se prepara para acabar, vía impuestos, con la carne barata. Pero es solo la punta del iceberg. Bajo el «pacto verde» viene una transformación acelerada hacia la ganadería y la agricultura «bio» que, al menos temporalmente, supondría barreras no arancelarias a las importaciones extracomunitarias y una forma de atraer capitales al campo. Empieza un movimiento que acabará con la era de la carne barata.
La campaña ideológica
A finales de 2018, reciente todavía el anuncio de retirada de la política de Merkel, cada juicio histórico de la canciller y cada gesto simbólico del estado se interpretaba por la prensa alemana en términos de «fin de época» y «legado». Así que no pasó desapercibida la acuñación por la casa de la moneda alemana de lo que la prensa norteamericana calificó como una moneda «indeciblemente fea» para celebrar el 70 aniversario de la salchicha de curry. La salchicha y el kebab habían sido los símbolos del low cost alemán, la comida barata para trabajadores, los compañeros de las celebraciones y las noches de fiesta. Pero todo apuntaba que su época estaba terminando.
En Alemania la campaña de «Jóvenes por el clima», alentada por la propia canciller, tomó pronto tintes totalitarios. No solo por su omnipresencia, sino por abusar del recurso al enfrentamiento generacional. En la pequeña burguesía alemana el veganismo de los hijos se convertía en el símbolo de la «culpa climática» de los padres y se hacía equivaler a la culpa de la generación encuadrada en el partido nazi que articuló el debate cultural de los años sesenta. Para hacernos una idea de la presión mediática, el debate de las pasadas navidades, giró alrededor de un vídeo de las niñas del coro de Dortmund de la WDR titulado «mi abuela es una cerda ambiental» en el que las abuelitas alemanas eran culpadas por «ir en SUV al médico» y comprar «carne barata» en el supermercado. El inevitable estupor de los bienpensantes y las movilizaciones de la extrema derecha con la salchicha por bandera no sirvieron sino para alimentar la asociación entre reaccionarismo y carne barata.
Por supuesto nada en esta campaña era gratuito. La versión típicamente alemana de la culpabilización de los trabajadores que en EEUU había venido de la mano de la «identity politics», venía acompañada de la propuesta de los Verdes de aumentar el IVA a la carne, que a su vez había tomado impulso con el informe del IPCC en verano pasado que señalaba a la ganadería intensiva como emisora de CO2.
Pero el remate ha venido con el Covid. Desde las primeras fases de la pandemia, parece que el origen del virus está en la industria de la ganaderia de animales salvajes que había sido previamente incentivada como forma de paliar el constante empobrecimiento de los campesinos pobres. Entre los cambios que han seguido en China a la epidemia, la prohibición de esta industria informal era algo esperado. Lo que no parecía ni mucho menos evidente es que el discurso mediático hiciera responsable de una nueva era de pandemias también a la ganadería intensiva.
Hay sistema bajo la locura
Privar de carne a buena parte de los trabajadores y poner en jaque una industria bien asentada parece una locura. Pero hay sistema bajo la locura. El Covid ha dejado claro que, tal y como están las cosas, el sector solo es rentable sobre salarios de hambre. El campo es incapaz de atraer nuevos capitales, la renta agraria bajó en 2019 a pesar de que una cuarta parte de ella eran subvenciones directas.
Si quieren darle un futuro, es decir, capacidad para colocar capital, tienen que asegurar tres cosas: un cambio tecnológico, mercados cautivos que aseguren las ventas necesarias para la rentabilización del capital y ayudas públicas para que los capitales pequeños puedan sumarse al cambio. Eso es lo que ofrece el «pacto verde» en general a las industrias europeas.
Alemania y Francia ya han avanzado por su cuenta mucho en este sentido. Francia es hoy el segundo (primero por cápita) mercado europeo para los prouctos bio. Pero en el engarce con el «pacto verde» la dimensión potencial se multiplica y objetivo que se apunta a medio plazo es pura y simplemente el fin de la ganadería intensiva.
Las consecuencias
Limitar legalmente el consumo de carne y verduras a la producción ecológica, supondría en primer lugar el establecimiento de una potente barrera no arancelaria. Aseguraría mercados internos para el capital invertido en el campo europeo, pero también supondría una pérdida de la capacidad de influencia de los imperialismos UE sobre los países exportadores. Pero este «coste de oportunidad» pierde valor por meses. Las tensiones con el Brasil de Bolsonaro y el peso creciente de China en América del Sur hacen que para la UE esas consideraciones sean cada vez menos relevantes. Hoy mismo se publicaba que China supone ya el 84% de las exportaciones argentinas de carne de vacuno.
Otra cosa son las consecuencias para la clase trabajadora en Europa. Los cálculos que hicieron los británicos en el marco del Brexit dejaron claro que la autarquía ecológica es posible... si la ganadería pasa a producir carne solo para las «clases pudientes» y dietas basadas en proteínas vegetales para el resto. Si quisieran mantener la producción ecológica capitalista tal y como se lleva a cabo hoy sin tocar la dieta de las rentas más bajas, tanto los precios como las emisiones de CO2 aumentarían.
Por eso la campaña ideológica; por eso -y no solo por la moral burguesa que destila- el veganismo es «cool». Esto es todo lo que el capitalismo sabe y puede ofrecer a día de hoy: en vez de alimentación sana y producción sostenible para todos, carne para ricos y moralina culpabilizadora para los demás. Puede llegar a producir solo carne ecológica, sí, pero haciéndonosla pagar y negándonos su consumo.