Accidentes ferroviarios, inundaciones, dramas hospitalarios... no es el cambio climático
Durante la última década las políticas de «austeridad» han sido la forma en que Alemania ha disciplinado a la Unión Europea rehaciendo esta a su imagen y semejanza radicalizando las normas que comenzaron a afirmarse en el tratado de Maastrich, es decir, en el diseño mismo del euro. El problema es que la «austeridad» tiene consecuencias directas sobre la forma de «gobierno» del capitalismo de estado:
Genera una redistribución fiscal a favor de los países exportadores a costa de los importadores. Cuando compras un producto alemán su precio ya incluye los impuestos alemanes, así que el sistema europeo produce superavits en Alemania a costa de una merma de capacidades fiscales en los países mediterráneos de la eurozona que estos no ven compensadas por transferencias entre países a través de un presupuesto «federal».
Drena el ahorro privado en cada país a favor del ahorro del estado. Como bajo las reglas de la austeridad, el presupuesto es prácticamente un juego de suma cero, se renuncia a una de las características fundamentales del capitalismo de estado: el juego entre inyecciones de gasto y despegue de la inflación.
Lo que la «austeridad» dejó a su paso
El resultado de la «austeridad» en la zona euro puede verse en sus extremos en Grecia diez años después: tras el despojo por los grandes capitales germano-franceses de las infraestructuras a precio de saldo, tras el ataque más brutal a las condiciones del trabajo tras la guerra mundial, las deudas se siguen financiando con nuevas deudas, la quita se condiciona sin pudor a aun mayores ataques a las condiciones de vida y las libertades. El presunto «éxito» griego es un aumento de los salarios del 1,8% en un cuadro general que sigue siendo de paro y precarización escandalosa. Para entender el alcance de esta concentración del estado en lo represivo y su ausencia casi completa a la hora de crear cohesión social, basta entrar en cualquier hospital griego para enfrentarse a la falta crónica de equipamientos y suministros.
El panorama de la austeridad está lejos de limitarse a unos cuantos «casos extremos». Lo tenemos ahí cada día. Esta misma semana vimos trenes que descarrilan en Italia por falta de mantenimiento de las vías e inundaciones en París por falta de actualización en las infraestructuras. La Europa de Merkel ha convertido a los servicios básicos del estado en una chapuza frágil, sin capacidad de resistencia a unas simples lluvias y un resultado demasiado frecuentemente mortal.
La contradicción del modelo
Uno de los ejes del debate en el seno de la propia burguesía alemana es la sostenibilidad de un modelo así. Gabriel, el ministro de Exteriores alemán, declaraba abiertamente en Spiegel que la mirada de Wolfgang Schäuble -el ministro de economía de Merkel, cancerbero del rigorismo fiscal- había debilitado a Alemania en el mundo y llevado al capital alemán a depender demasiado de Francia y las disfuncionales instituciones europeas en su política exterior. No lo dice preocupado por las condiciones sociales de los trabajadores, desde luego. Lo dice porque en la siguiente fase hacia los «Estados alemanes de Europa», toca un brutal incremento del gasto militar en los países satélite. Solo en España se anuncia, por el momento, que se duplicará el presupuesto de defensa en siete años.
Bajo unas reglas de juego de suma cero, financiar la nueva fase de «construcción europea» implica abrir una ofensiva general de dimesiones griegas contra los trabajadores. El miedo de Gabriel, Shultz y los sectores más «europeistas» de la burguesía alemana es que eso acabe en una descomposición general del modelo y estallidos abiertos de lucha de clases. Es decir, nosotros somos la principal contradicción del modelo imperialista europeo. A nosotros nos toca ponerle fin.