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¿Abolición de la monarquía?

27/10/2018 | Crítica de la ideología

El ayuntamiento de Barcelona ha aprobado una declaración institucional en la que se manifiesta por la abolición de la monarquía. No es precisamente una revolución: «Las declaraciones institucionales, que se leen al final de los plenos, no se debaten ni se defienden durante la sesión. Simplemente el partido que la promueve lee el texto en voz alta si logra el apoyo de dos tercios del pleno (27 concejales)»*. La declaración sigue a otra similar del Parlamento de Cataluña que el gobierno decidió este viernes impugnar en el tribunal Constitucional. El gobierno cree que estas declaraciones preparan una proclamación inconsecuente de la República al modo de la «independencia fake» catalana de hace hoy un año.

De hecho, la petición de instauración de una república sigue a la reprobación por los independentistas y «En Comú», el partido de Colau aliado a Podemos en Cataluña, del papel del Rey en el proceso de hace un año. Tuvo dos intervenciones. La primera, dos días después del referendum, tomando la bandera de la legalidad y situando al estado bajo ella. La segunda, mucho más importante, en el mensaje de Navidad. El resultado electoral, con un nuevo triunfo del independentismo, había desfondado y desmoralizado al aparato político de la burguesía española, las editoriales de la prensa económica abogaban por la apertura de un proceso de negociaciones. La simple ausencia de referencias en el discurso real, bastó entonces para alejar los miedos, instaurar el «aquí no ha pasado nada» y animar al estado tomar la iniciativa represiva que vendría después como «llarenazo» y que acabó con los principales políticos independentistas en prisión o a la fuga por Europa.

¿Qué aprendimos sobre la Monarquía en la crisis catalana?

El rey y la casa real no son instituciones vacías, meramente decorativas, no son cuerpos superpuestos al ‎estado‎. Están plenamente integrados en el capitalismo de estado español. Cumplen una función cohesiva de «último recurso» cuando los aparatos políticos se tornan incompetentes y quedan sin iniciativa para movilizar al estado como un todo.

Esta función cohesiva fue la que jugó el mensaje de Navidad real. Si la crisis del aparato político de la burguesía española sigue desarrollándose, si, como parece, se extiende incluso a las facciones dentro de la maquinaria estatal, el papel del rey solo puede ser cada vez más activo y relevante. Es decir, más útil al capitalismo de estado español en su conjunto.

¿Y de la República?

El mito de la IIª República da un modelo de la «revolución» soñada por el ala izquierda de la pequeña burguesía española, cambiar la jefatura del estado para escenificar una «democratización», esto es, la entrada en masa de una nueva generación de la pequeña burguesía en el estado y el aparato ideológico de éste. Su nueva situación social -una versión escalada del cambio en la vida de los dirigentes podemitas de hoy- acompañado del cambio simbólico -la franja morada en la bandera- les permitiría hacer gala de ‎nacionalismo‎ y demostrar al capital nacional que no tiene mejor defensor posible. Y es que la IIª República no fue ese paraíso imposible de la conciliación de clases que nos pintan con fotos románticas y mentiras abominables. Desde su primer día nació como una forma de reforzar al entonces joven ‎capitalismo de estado‎ español para ganar cohesión frente al ascenso de las luchas de los trabajadores. A Azaña, «no le tembló el pulso» ante un Casas Viejas, y los gobiernos republicanos de izquierda tanto como de derecha llevaron la represión al último pueblo para asentar a balazos una «concordia social» imposible. El papel del gobierno republicano y el PCE stalinista durante la guerra, no ofrece dudas tampoco. República significa defensa del capital nacional, ante todo, frente a los trabajadores. Y solo eso podría significar una IIIª República.

La burguesía española guarda siempre la carta republicana. Como recalcan siempre los monárquicos, el «sacrificio» político de la institución en una crisis grave, es la función final de la monarquía. La burguesía española siempre mantuvo y mantendrá una puerta abierta a proclamar la República ante una crisis existencial, especialmente si eso le garantiza la fidelidad de la pequeña burguesía. La cuestión es que a día de hoy, como ha demostrado la cuestión catalana, la pequeña burguesía llega a molesto palo en la rueda del poder, pero no puede llegar más allá. Y desde luego no va a conseguirlo con «declaraciones institucionales» de ayuntamientos. Solo la aparición de luchas masivas de trabajadores podría llevar a la burguesía a un movimiento tan arriesgado, y si fuera así, no sería desde luego para «ceder» en nada a los trabajadores sino para hacernos descarrilar y enfrentarnos con más fuerzas y más contundencia, como en 1931.