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75º aniversario de la ONU

24/09/2020 | Actualidad

Trump arranca sin la más mínima ambigüedad: llama al covid el virus de China y pretende que la ONU exija responsabilidades a Pekín por la pandemia. El juego de EEUU en la ONU es cada vez menos el de un urdidor. La consigna durante estas semanas y en el mismo discurso presidencial parece ser no darse por aludido por el rechazo y actuar como si las sanciones a Irán se hubieran renovado mágicamente. Incluso reinterpreta por su cuenta la tenue capa ideológica tejida por la organización durante estas décadas: el núcleo de los derechos humanos pasaría a estar en las libertades de los cultos religiosos y los derechos de propiedad. No es que cambie nada, pero es significativo que lance iniciativas, consignas y discursos sin preparar antes unos mínimos apoyos.

China, que obviamente rechaza haber desatado la plaga en el mundo aprovecha para presentarse como el último garante del multilateralismo y afea la política medioambiental norteamericana. Xi promete ser neutral en emisiones de CO2 en 2050.

A primer bote parecería que China está tomando el papel de director de orquesta de la ONU mantenido durante décadas por EEUU. Pero es solo un espejismo. La crisis no le ha servido para ganar influencia en la UE, frente a la que se queja por haber convertido Europa en un territorio hostil para las inversiones chinas. A EEUU le reprocha conspirar para erosionar sus buenas relaciones en Iberoamérica. A día de hoy, la presión estadounidense le dificulta incluso llegar a un acuerdo con el Vaticano para renovar obispos.

Cuando llega el turno de Widodo, el presidente indonesio, hace explícito el elefante en la habitación, la perspectiva de una guerra entre EEUU y China. En tono quejoso se dirige a Xi y a Trump para recordarles que:

La guerra no beneficiará a nadie. No tiene sentido celebrar la victoria entre ruinas. No tiene sentido convertirse en la potencia económica más grande en medio de un mundo que se hunde

Xi en su discurso ha insistido en que:

Nunca buscaremos hegemonía, expansión o esfera de influencia [...] No tenemos ninguna intención de luchar una Guerra, ni fría ni caliente con ningún país

No resulta tranquilizador ni para los vecinos. Llevamos semanas de presión armada y estamos en medio de una movilización militar en torno a Taiwan, que ha autorizado a sus fuerzas armadas a disparar sobre los aviones o barcos que crucen la frontera. Pero para China nada de eso es un conflicto exterior: Taiwan es parte de China y la frontera no existe.

Bajo la tensión en el estrecho hay mucho más que consignas nacionalistas. EEUU libra una auténtica guerra por segar el crecimiento tecnológico de China. Huawei ha sido la parte más vistosa. Pero el núcleo es el control de los abastecimientos de procesadores y semiconductores. Es decir, la industria taiwanesa. Acercar Taiwan a su esfera supone disponer de una palanca mucho más potente aun que los aranceles. Y no se puede decir que estén lejos de conseguirla: el gobierno taiwanés llamaba esta misma semana a crear una alianza internacional para enfrentar la amenaza china.

Una propuesta que es bien recibida en India, cuyo presidente, Modi, aprovechó su intervención ante la asamblea para reclamar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. India, que ha llegado a un acuerdo de mínimos con el ejército chino en el Himalaya inicia esta semana maniobras navales con Australia como primer paso de una reactivación del QUAD, la alianza militar con EEUU, Japón y Australia que busca crear un cerco naval alrededor de China. Japón, que también aspira a convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad, ya ha anunciado que bajo su nuevo primer ministro, Suga, se dotará de un presupuesto militar récord y se rearmará a aun más velocidad que hasta ahora.

Resumiendo: China es mucho más frágil de lo que parece. Se ve cada vez más presionada en Asia, diplomáticamente está estancada en su intento de ganar influencia en Europa, empieza a sentirse insegura en Sudamérica, militarmente va a la zaga de EEUU y sus esfuerzos por ganar independencia tecnológica y tener una alternativa a los AMD e Intel... pueden llevarle casi una década.

Europa y Mercosur

Quien también utilizó el mensaje a la asamblea para reclamar un asiento en el Consejo de Seguridad fue Merkel. Sin un ejército reseñable y sin armamento atómico, Alemania aspira a un asiento en virtud de su dominio económico de Europa. Otra cosa es que políticamente, sea capaz de dominar a la UE o contender a Rusia. Para muestra, el botón de la política de refugiados o la incapacidad para llegar a un consenso sobre sanciones a Bielorrusia, ambos esta misma semana.

Macron sacó directamente el mapa de los intereses imperialistas franceses cubriéndolos de un vago paternalismo republicano. Macron, que había sido pionero en la utilización del discurso sobre le cambio climático como ariete de sus intereses imperialistas, amplía ahora el campo del mismo discurso. El clima sería solo una parte de esos bienes que nos son comunes y cuyo deterioro dañaría la soberanía de cada uno. ¿A qué hacía referencia? En primer lugar a la Amazonía brasileña. Pero el argumento se hace extensivo a cualquier bien de repercusiones globales: desde la libertad de navegación a las pesquerías. Pero la clave central era el anuncio de la resistencia europea a incorporarse a un nuevo bloque estadounidense anti-chino.

En el futuro, tendremos que afrontar estos nuevos equilibrios que están en proceso de definición. Tendremos que confiar en la fuerza de la buena voluntad. Porque el mundo tal como es hoy no se puede reducir a la rivalidad entre China y Estados Unidos, sea cual sea el peso global de estas dos grandes potencias, sea cual sea la historia que nos liga, especialmente con los EEUU. La crisis, el colapso de nuestros marcos de cooperación, las debilidades que acabo de mencionar, nos obligan a reconstruir un nuevo orden y a Europa a asumir toda su parte de responsabilidad; es decir, llevar sus valores, su gusto por el futuro y saber construir nuevas soluciones. Porque no estamos condenados colectivamente a un juego a dos que, en cierto modo, nos reduciría a ser nada más que los espectadores lamentables de una impotencia colectiva.

Putin, por su lado, intervino fundamentalmente para Merkel. Sugiriéndole que las sanciones -a Rusia y eventualmente a Bielorrusia- serían contraproducentes para sus intereses cuando las exportaciones caen en picado en mitad de una recesión. Rouhani de Irán y Maduro intentaron algo parecido, clamando contra las sanciones de EEUU. Pero a estas alturas, Irán es tratado como un peligro a contener hasta por Francia y el régimen venezolano es un zombi al que pocos prestan atención. Si Maduro se mantiene en pie es más por las resistencias del ejército brasileño y de una facción de la burguesía colombiana a la explosión de descomposición que vendría tras una invasión, que por sus capacidades militares o diplomáticas.

Otro que habló en realidad para Europa fue Bolsonaro, que pretendió presentarse como víctima de una campaña en contra que utiliza el medioambiente como excusa. No faltó quien inmediatamente le recordara en la prensa brasiñeña declaraciones y políticas sobre covid, deforestación y derechos humanos. Pero si somos honestos, la campaña existe y es una excusa de algunos países europeos, encabezados por Francia, para evitar la ratificación del tratado con Mercosur. Tal como van las cosas en Bruselas todo apunta a que si el acuerdo finalmente llega a materializarse será bajo la forma de arreglos bilaterales con Argentina y posiblemente Uruguay, dejando a Brasil fuera.

Una gran fractura

Al final sobre todas las intervenciones, desde Duterte a Macron, lo que pivotaba era la resistencia de las distintas pontencias a las fuerzas que desde China y EEUU intentan forzar una decantación en dos bloques tecnológicos, económicos y militares... y el miedo a la inevitable perspectiva bélica que esto abre. Perspectiva que es indudablemente mala para los negocios de la mayoría de capitales nacionales. El Secretario General, Guterres, fue bastante claro al expresar esta resistencia:

Nuestro mundo no puede permitirse un futuro en el que las dos economías más grandes dividan al mundo en una gran fractura, cada una con sus propias reglas comerciales y financieras y capacidades de inteligencia artificial e Internet [...] Una división tecnológica y económica corre el riesgo de convertirse inevitablemente en una división geoestratégica y militar. Debemos evitar esto a toda costa.

La cuestión es que no es evitable. Entre otras cosas porque el objetivo primordial de cada capital nacional no es precisamente una utópica paz mundial, sino defender sus propios intereses imperialistas: acceder a nuevos mercados, defender los propios, encontrar destinos rentables a sus excedentes de capital, captar capital externo para proyectos que impulsen nuevas aplicaciones y mayor productividad en términos de ganancia del trabajo que emplean... Ese es el motor que mueve a cada uno en una constante tensión y medición de fuerzas en la que la guerra -comercial, de divisas, tecnológica y, finalmente, armada- es generalmente una opción a evitar... hasta que pasa a ser la más rentable o al menos, la menos mala, para esos mismos intereses. La perspectiva de una larga y arrasadora crisis, que ya era clara antes del covid, se ha acelerado con la pandemia. Y con ella la tendencia del cálculo de costes y beneficios a decantarse por dar un paso más allá en el desarrollo de los conflictos. La gran fractura de la que hablaba Guterres está ya en marcha. La cuestión es en cuántos espacios romperá el mercado mundial y cuánto tardará en multiplicar la sangre derramada para rentabilizar el capital.