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13/04/2018 | Crítica de la ideología

Todas las «condiciones objetivas» para superar el capitalismo existen ya. No solo el propio capitalismo ha desarrollado las capacidades productivas que hacen posible emprender el cambio, es que el propio capitalismo se ha convertido en una amenaza para la humanidad. Y sin embargo... parece incuestionado, no gracias a lo que es sino a las debilidades de la única clase social que puede plantear una alternativa histórica.

Debilidades que la ideología que supura el sistema alimenta con cuatro grandes mentiras que nos machacan continuamente.

«No es posible una sociedad de abundancia como el comunismo», «la escasez es natural», «siempre existirán recursos escasos y siempre habrá que organizar trabajos desagradables»... y sin embargo no nos dejan de hablar de robots y amenazarnos con que nos quitarán el trabajo... aunque también se dan cuenta de que si nadie trabaja, nadie podrá comprar lo que los robots fabrican. Del mismo modo se tiraron años perorando contra el software libre y contra Internet porque reducía a cero los costes de distribuir nuevas unidades de bienes digitalizados y éso «generaba piratería y desempleo». Son las contradicciones, cada vez más radicales, entre el capitalismo y las capacidades productivas que él mismo ha desarrollado. Contradicciones que apuntan precisamente a la abundancia como una posibilidad material, concreta. Una sociedad liberada de la lógica de la acumulación podría desarrollar las tecnologías que faltan para liberarse de la mercantilización de las relaciones sociales, empezando por el trabajo asalariado y todo lo que trae consigo. Solo una sociedad así podría superar las contradicciones, las tendencias permanentes a la guerra, la miseria y la destrucción del entorno. El comunismo no solo es posible, es necesario para la humanidad si no quiere consumirse en la espiral de la crisis y la guerra.

«El comunismo fracasó». Cuando dicen eso se refieren al colapso de regímenes de capitalismo de estado que nada tuvieron que ver con el comunismo o con los movimientos de la clase trabajadora. No solo nada hubo de comunistas en ellos sino que fueron el resultado de la derrota de la revolución en Rusia. Porque en Rusia sí hubo una revolución socialista pero quedó cercada y asfixiada por la guerra en contra de todas las potencias de la época. En la soledad, la hambruna y el aislamiento, nunca llegó a poder transformar las relaciones económicas. Ellos mismos sabían que sin una extensión de la revolución a los países desarrollados de la época eso era imposible. El capital se recompuso desde el estado, el capitalismo se rehizo bajo una forma estatal brutal y totalitaria. El stalinismo se apropio de los símbolos y las esperanzas de millones de trabajadores de todo el mundo para sus propios intereses al tiempo que masacraba a decenas de miles de revolucionarios y expandía su propio imperio de regímenes clónicos. Así que no, lo que fracasó no fue el comunismo, lo que fracasó fueron los capitalismos de estado nacidos de la contrarrevolución.

«La clase trabajadora no existe ya». Es cierto que los trabajadores hoy no existen como una fuerza política independiente, pero... ¿quién produce las cosas? ¿quién presta los servicios? Del programador al albañil, del médico al dependiente, del contable al jornalero, la mayor parte de la sociedad depende de la venta de su fuerza de trabajo para vivir. La clase trabajadora del capitalismo de hoy en los países centrales ya no es mayoritariamente industrial, es cierto, pero es que el obrero industrial solo fue el componente mayoritario en algunos países y durante un cierto periodo histórico. Lo que define al trabajador asalariado es su relación con el capital: el salario que recibe y la plusvalía que obtiene el capital, no que use unas máquinas u otras o que la plantilla se organice de una manera u otra. Ni siquiera el producto es relevante. Para empezar no lo es para el capital, el fin del capital no es producir unos objetos determinados mejor o peor, sino producir plusvalía y realizarla como beneficios con los que aumentar el capital.

«La clase trabajadora no tiene fuerza ya». Es cierto que tras la vuelta de las luchas en los setenta y ochenta, la clase trabajadora desapareció como sujeto político protagonista en la sociedad. Pero la verdad es que lejos de «desaparecer», lo que estamos viendo son los primeros pasos de una vuelta. Es más, la burguesía es bien consciente de ello y lo demuestra no solo con la implicación de Macron y de todo el aparato político del estado en la huelga de ferrocarriles en Francia. Hay señales todos los días. Hoy el mismísimo Banco Santander renunciaba al negocio especulativo del año temeroso de la respuesta de una clase que en teoría nos dicen que no existe.