4 claves de las Presidenciales 2022
Nuestro balance de la primera ronda de las presidenciales francesas 2022.
1. La abstención retrocede y vuelve el falso mito de la «unidad de la izquierda»
Comparando con anteriores presidenciales la participación sigue erosionándose. Sin embargo, después de la abstención masiva de las elecciones regionales de 2021 y de las las municipales de 2020, la prensa y el estado suspiran con alivio, el aparato político, mal que bien, recupera a cierto punto credibilidad, interpretan.
Los mismos medios y una legión de sociólogos reconocen que tampoco es que haya renacido una pasión electoral en los barrios trabajadores y aún menos entre los jóvenes. Pero no pueden sino interpretar la concentración del voto de los candidatos de izquierda en torno al «Polo Popular» de Melenchon como expresión de un «apetito de unidad del electorado de izquierda».
La candidatura de Melenchon representaba hace cinco años la expresión de una parte de la revuelta pequeñoburguesa que recorría el continente: la de la pequeña burguesía universitaria. En las elecciones de este fin de semana ha mostrado que en estos cinco años no sólo ha sabido mantenerse viva sino que tiene cierta capacidad para arrastrar una parte del descontento de los barrios trabajadores.
Este es el elemento más alarmante de los resultados de anteayer: indicaría una tendencia a la revivificación del viejo mito de la «unidad de la izquierda». Es preocupante porque puede jugar un papel contenedor en las luchas que vienen, irremediablemente impulsadas por la próxima reforma de pensiones y la caída de los salarios reales ya en marcha.
Es cierto que no es la «unidad» de Mitterand, es decir, el puro y simple encuadramiento bajo un gran partido de estado, sino el arrastre por sectores en revuelta de la pequeña burguesía democratista. No es por ello mejor en absoluto. Conecta con lo que estamos viendo en otras latitudes: incluso donde las huelgas salvajes ponen en la picota el aparato político estatal, la dificultad para centralizarlas organizativa y programáticamente la ilusión de la revuelta «transversal» paraliza a los trabajadores y deja la dirección política en manos de una pequeña burguesía que no puede aportar una dirección que no sea reaccionaria.
2. La crisis de aparato político francés está lejos de cerrarse
La revuelta de la pequeña burguesía francesa está lejos de extinguirse. Estas mismas elecciones han venido precedidas de un resurgir de las fuerzas centrífugas territoriales en Córcega... y en la misma Bretaña que anteayer votó masivamente a Macron, incluidos los electos del partido del presidente. Todo un síntoma.
Los resultados confirman la crisis del aparato político que sirvió durante décadas al capital francés: los dos grandes partidos de estado de la quinta República no alcanzan ni el 5% de los votos y sus candidatos -junto con el de los Verdes, aspirante de «nueva generación» a partido de estado- se ven ahora cargados de deudas millonarias sin opción a rescate estatal. Roma no paga perdedores, menos cuando su incompetencia para devolver siquiera una apariencia de normalidad al aparato político deja al sistema de partidos cada vez más fragmentado y disfuncional a sus fines.
A destacar la irrupción, con un 7% de los votos, de Zemmour. Un candidato fabricado en tiempo récord por un sector rebelde de la burguesía y sus medios que marcó la agenda pre-electoral con un discurso identitarista a medida del lepenismo más furioso y un programa económico ultraprecarizador.
Lo interesante de Zemmour es que representa al mismo tiempo una expresión de la revuelta electoral de la pequeña burguesía y la medida de la impaciencia de ciertos grupos dentro de la clase dirigente. Grupos que no quieren esperar más y que aspiran, gracias a su resultado, condicionar cuando menos la «unión de las derechas» para reverdecer cambios legales que, bajo argumentos liberales, fortalezcan a los monopolios y aceleren la transferencia de rentas desde los salarios al capital.
3. Le Pen no consigue, por sí sola, poder transformar RN en partido de estado
Al final la segunda vuelta queda entre Macron y Le Pen. Macron exacerbó su «perfil de estado» durante la campaña, centrándose en su papel en la guerra de Ucrania e intentando esquivar su peculiar posición como reconfigurador del estado y las correlaciones de fuerzas dentro de la clase dirigente que el escándalo de las consultoras dejaba entrever.
Le Pen fue aún más explícita. Su eslogan, «Mujer de Estado», no dejaba lugar a dudas sobre sus pretensiones: convertir a RN en nuevo partido de estado alternativo al gaullismo, capaz de absorber todo el espectro del descontento desde los chalecos amarillos y los antivacunas a los cuadros medios corporativos conservadores, pero también de garantizar los intereses del estado y el capital nacional frente al ímpetu de su propia base electoral.
Pero si observamos el mapa de resultados de esta primera vuelta, lo que salta a la vista es que no consigue ganar en un abanico significativo de grandes concentraciones urbanas e industriales, como se exige a un partido de estado. Quiera o no, su voto es el de la pequeña burguesía agraria.
Una clase que se ha visto mermada, envejecida y acorralada por la inevitable aceleración de la concentración durante la larga crisis abierta hace ya más de una década. 100.000 granjas cerradas después, con casi el 60% de los agricultores por encima de 50 años y con un tamaño promedio de explotación que ha crecido un 25%, los pequeños propietarios agrícolas están más airados que nunca. Temen con razón que Pacto Verde se imponga en el campo a su costa e intentan convertir las condiciones impuestas por la guerra en palanca para un resurgir de la agricultura intensiva.
4. La perspectiva de los trabajadores
Estas presidenciales 2022, como todo proceso electoral, difícilmente pueden informarnos sobre las correlaciones y las tendencias en liza en la sociedad. El mismo proceso es un espejo deformante que refleja una categoría deforme: la «opinión». Pero con todo y eso, podemos extraer algunas consecuencias útiles.
- La burguesía y la burocracia de estado no consiguen recomponer el aparato político en torno a un juego entre partidos de estado.
- Macron es el punto de agarre de la burguesía francesa como un todo y en ese sentido insustituible, aunque no deje de ser parte de una facción muy concreta (la burguesía corporativa) en tironeo con la burocracia de estado (affaire consultoras). Una facción que por otro lado da ya señales de fractura interna (o no hubiera existido candidatura Zemmour, siquiera).
- La pequeña burguesía sigue en su fase levantisca. No pica ni en el ecologismo ni en el gaullismo renovado de Pécresse. Se concentra en torno a Melenchon y Le Pen que juntos suman más del 45% de los votos emitidos.
- Los trabajadores dan nuevos síntomas de debilidad: puede que la ilusión de la «unidad de la izquierda» y las transversalidades melenchonitas estén calando más que hace cinco años y eso debería preocuparnos.
Vienen ahora cambios profundos ligados al desarrollo de la crisis y la economía de guerra. La burguesía redoblará su programa precarizador, su asalto a las pensiones y sus llamamientos a la «unión sagrada» para imponer el Pacto Verde, los costes asociados al desarrollo del militarismo y hacer rentable la ruptura de las cadenas productivas globales.
Es más que previsible la revivificación de revueltas como la de los chalecos amarillos hace cuatro años, entre los sectores más ahogados de la pequeña burguesía. El peligro de que subsuman o desbanden las respuestas que la clase en cuestiones clave como las pensiones, los salarios reales o las condiciones laborales es mayor que nunca. Es decir, la ofensiva a las condiciones de vida va a venir precedida y acompañada de ofensivas ideológicas cada vez más agresivas e incisivas. Corresponde ahora, más que nunca, batallar a todos los niveles por lo que favorezca la organización de los trabajadores.