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06/07/2018 | Actualidad

La guerra comercial que formalmente comienza hoy entre China y EEUU, en realidad ha dado ya un salto cualitativo para convertirse en guerra de divisas. China está manipulando el yuan para contrarrestar en parte los efectos de los nuevos aranceles. Los analistas avisan que China «podría acabar con su perfil de crecimiento». El ciclo histórico es: guerra comercial, bloqueos fronterizos, guerra de divisas, multiplicación de conflictos imperialistas locales, guerra generalizada.

Alemania no tiene ninguna posibilidad de salir indemne de la guerra comercial. El informe del FMI parece una reivindicación del análisis marxista: dependencia de las exportaciones, tasa de ganancia crónicamente baja e insuficiente capacidad para generar consumo interno. Y Trump está atacando a su buque insignia al amenazar con un arancel del 20% sobre los coches importados de Europa. Esta semana Volkswagen, BMW y Daimler se reunieron con el embajador de EEUU en Alemania. El mismo que Trump designó para financiar y reforzar a la extrema derecha identitarista. El embajador les ofreció la «opción cero»: desarme arancelario simétrico y total entre EEUU y Europa en automoción. ¿Solución posible? Todo lo contrario. Los europeos lo han descalificado como una «trampa para dividir Europa». Es cierto, una «zona cero» solo interesaría a Alemania. La industria italiana y la francesa, que ya ha sufrido el golpe de tener que abandonar Irán, su principal mercado extra-europeo, no tendría nada que ganar y sin embargo enfrentarían una competencia americana brutal. El farol americano, al estilo de la oferta a Macron de un tratamiento especial para Francia si abandona la UE, confirma la inminencia de un ataque arancelario directo a Alemania. Como dijo Trump a Fox, «la UE es seguramente tan mala como China» para los intereses de la balanza comercial americana.

El cultivo masivo de soja en Rusia y en el gigantesco Kazajistán está recibiendo inmensas inversiones chinas. Argentina puede irse preparando para precios sojeros más bajos y caídas escalonadas en la demanda antes de un año y medio.

Porque a todo esto, la economía rusa está hecha trizas. El gobierno confirma que los datos reales son mucho peores de lo que las estadísticas oficiales contaban: el consumo -oh sorpresa- no puede sostener el crecimiento y necesita mercados nuevos como agua de mayo. La respuesta: un nuevo empujón al militarismo apabullante y un nuevo ataque directo a las condiciones de vida de los trabajadores, ahora bajo la forma de una reforma de las pensiones que va a multiplicar la exclusión de los sectores más débiles de la clase trabajadora en Rusia.