2022 El año en que comenzó la larga guerra

Un nuevo mapa imperialista global para una nueva era de terror nuclear
Lanzamiento de un misil balístico intercontinental ruso Yars durante los ejercicios de las fuerzas nucleares en un lugar desconocido de Rusia. Imagen tomada de un vídeo publicado el 19 de febrero de 2022 por el Ministerio de Defensa ruso.
Nada puede dejar más claro hasta qué punto se ha rasgado el mapa imperialista global y han saltado por los aires todas las certezas que nos machacaron durante años, que recordar el primer gran debate del año 2022.
El 1 de enero la Comisión Europea filtró el boceto de la taxonomía de inversiones sostenibles en un intento de acelerar el debate entre los estados. Francia -que todavía presumía de su tecnología nuclear e independencia energética- y los países del Este -que querían a toda costa reducir las ventas energéticas rusas en Europa- apostaban por la nuclear como principal energía de transición en el Pacto Verde. Alemania, acompañada de España e Italia, por el gas natural.
Menos de un año después, Francia se prepara para apagones programados que eviten el colapso de su red eléctrica ante la impotencia de su parque nuclear, Alemania lleva todo el camino de salir del mapa de grandes potencias y Europa entera da señales de una desindustrialización sin marcha atrás producto de una subida sostenida y drástica de los precios del gas que hace imposible que nada vuelva a ser cómo antes para los capitales nacionales europeos.
La guerra cambió todo.
En los meses anteriores a su estallido, la presión de EEUU sobre Rusia apuntaba ya claramente a forzar un cambio de matriz energética en Europa. Aunque los socios europeos no quisieran o supieran verlo, Washington parecía tener claro el objetivo de relegar a la dependencia económica y militar a Alemania, Francia y demás países UE como meta volante en el camino hacia una nueva división del mundo en hemisferios imperialistas enfrentados.
Después de que el 22 de febrero el ejército ruso entrara en el Donbass, la UE entera con Alemania a la cabeza cerró filas y abrazó la estrategia estadounidense dando paso a una nueva etapa histórica de militarismo inevitablemente orientada hacia la globalización de la guerra, como dejó claro la cumbre de la OTAN de Madrid.
Pero si el ocaso de la influencia global de los imperialismos europeos y el fin de sus aspiraciones de autonomía, son ya resultados consolidados de la guerra de Ucrania -y la prensa estadounidense no se priva de celebrarlo hasta con ocasión del Mundial de Qatar- no ocurre lo mismo con las pretensiones hemisféricas de la estrategia estadounidense.
Es evidente que EEUU no consigue disciplinar a sus antiguos aliados del Golfo y que los intentos de recuperar terreno frente a China y Rusia en África no acaban de fructificar: la prometida ruta de la seda euro-estadounidense ni siquiera arrancó; Francia tuvo que abandonar Malí y ceder terreno a Rusia en una nueva excolonia; el Magreb, tras el realineamiento de España en Sáhara es cada día más peligroso y la construcción del enemigo argelino entre Madrid y París muestra con claridad que las fuerzas que empujan hacia una guerra regional no son en absoluto desdeñables. Y para qué hablar de los nuevos bríos belicistas de Turquía o Irán. No, EEUU no tiene ni mucho menos construido todavía el hemisferio americano que desea.
Aunque eso tampoco frena su paso en Asia oriental. 2022 fue allí, sobre todo, el año en que Washington radicalizó la guerra tecnológica y exacerbó sus contradicciones con tal de frenar el desarrollo de las tecnologías punteras chinas (comunicación cuántica, Inteligencia Artificial, etc.), intentando bloquear la posibilidad de que disponga de chips avanzados, al menos en cantidad suficiente. Y sobre todo, 2022 fue el año en que Taiwán se convirtió oficialmente en el frente del Este de la estrategia de rearquitectura global estadounidense.
La respuesta china: recentralizar el poder en torno a la burocracia del PCCh, reforzar el carácter de causa y excepcionalidad permanente de la economía de guerra, diversificar alianzas, y ganar unos años de paz mientras acelera las capacidades militares de su ejército con el horizonte puesto en 2027. Es decir, Pekín entiende la gravedad del envite de Washington, sabe que al final del camino hay una guerra e intenta reducir la velocidad para ganar tiempo y capacidades y poder ganarla.
- El orden imperialista inaugurado en 1992 -llámese globalización, multilateralismo o cómo se quiera- no existe ya; EEUU ha asentado los fundamentos de su futuro bloque arrancando el cordón umbilical que unía la acumulación china a la europea a través de Rusia.
- Ucrania y Taiwán se han convertido en los dos puntos calientes que fuerzan a la decantación de las potencias regionales.
- Se ha abierto una nueva época de amenaza nuclear global permanente.
- EEUU no va a dejar golpear a los grandes capitales europeos para asegurar su supeditación y extender el cerco de Rusia a China.
- La perspectiva es una globalización de las tensiones imperialistas más violentas en la que cada vez aparecerá de forma más abierta la contradicción de intereses imperialistas entre EEUU y China. No va a haber rincón del mundo, por recóndito e inhóspito que sea, que quede al margen. Ejemplo: Malvinas y Mar de Hoces.
La guerra y los trabajadores
En el curso de la matanza armada y en el cálculo del impacto de las sanciones, las vidas de los explotados son meros instrumentos de cada clase dirigente para conseguir mejores condiciones «estratégicas» en guerras futuras, mercados, infraestructuras, materias primas y, a fin de cuentas, rentabilidad.
Los «sacrificios» que todas las clases dirigentes anuncian ahora con distintas excusas no son sino sacrificios por la rentabilidad de sus inversiones actuales y por las expectativas futuras de cada capital nacional.
Seamos claros: Los soldados rusos van al frente a morir y matar a sus iguales para que la gigantesca finca de sus explotadores esté mejor «posicionada» en conflictos futuros. Los soldados ucranianos para que la finca de sus explotadores no se vea saqueada y dividida por los rivales vecinos. Los trabajadores del resto de Europa y América son llamados a tragar sacrificios en sus condiciones de vida más básicas (calentarse, cocinar, iluminar sus casas) en «solidaridad con Ucrania». Pero la palabra Ucrania, en ese contexto no señala a la gran masa de los habitantes de su territorio, sino al negocio de sus dueños y aliados.
Esta guerra, como todas las demás, expresa que «sacar el negocio adelante», el objetivo principal de «los dueños de todo ésto», es cada vez más incompatible con la necesidad humana más básica y universal: mantener la vida. Ya tuvimos un adelanto contundente con las «políticas pandémicas»: prácticamente ningún estado dudó a la hora de abrir la espita de los contagios y las muertes humanas cuando la viabilidad del negocio se puso en cuestión. Ahora vemos la versión armada de la misma lógica: la pérdida de vidas de soldados y civiles, rusos o ucranianos, no va a hacer temblar el pulso ni de Putin ni de sus rivales, aunque las usen retóricamente.
La invasión de Ucrania y los trabajadores del mundo, Comunicado de Emancipación del 24/2/2022
Diez meses después, casi un cuarto de millón de personas a ambos lados del frente, en su mayoría trabajadores, han muerto a tiros y bombazos por el bien del negocio de sus amos y de las potencias que les apoyan. Los trabajadores ucranianos han sido militarizados y las escasas protecciones legales de las que disponían han sido arrasadas de forma permanente. En Rusia sectores enteros de la producción están militarizados, escasean medicamentos y algunos productos de primera necesidad y la represión en los puestos de trabajo se ha redoblado en medio de una asfixiante campaña nacionalista.
A nivel global, en medio de una escasez creciente de fertilizantes y combustibles, la inseguridad alimentaria creada de forma inmediata por la guerra ha dado paso a las hambrunas. Nunca en la historia de la Humanidad tantas personas sufrieron hambre como ahora. Incluso en los países de capitales más concentrados, desde Australia a Gran Bretaña pasando por España, el fantasma del hambre reaparece por primera vez en décadas entre los trabajadores.
En las grandes concentraciones de trabajadores del mundo, la inflación, producto directo de la guerra, no sólo significa una bajada de salarios reales, es ante todo una transferencia de rentas del trabajo al capital concentrado. Mientras la grieta de ingresos entre trabajadores y pequeña burguesía se convierte en un abismo, bancos, eléctricas y demás campeones del capital nacional obtienen las mejores cuentas de resultados en más de una década.
La desindustrialización europea en marcha y el redoblarse de la apuesta por el Pacto Verde -en sí mismo una transferencia de rentas del trabajo al capital- culminan en los países industrializados un cuadro en el que los sindicatos han apostado desde el principio por la subasta a la baja de condiciones laborales y exigido bajadas del salario real, cuando no organizado mano a mano con el estado la prohibición de las huelgas como hemos visto en los ferrocarriles estadounidenses. No son experiencias aisladas ni algo menor cuando en plena bajada de salarios reales -que se profundizará con la recesión- viene además, de manera inmediata, una nueva andanada global contra las pensiones -comenzando por Francia, Italia y España- y se dibujan ya con claridad formas de socialización del militarismo como la vuelta del servicio militar obligatorio.
En ese contexto global terrible, la evolución de las huelgas y luchas de los trabajadores, ha sido significativa.
El año comenzó con una imponente huelga de masas en Kazajistán que colapsó por la ausencia de un nivel de auto-organización suficiente como para sostener una lucha a escala nacional y con una gigantesca huelga de enseñanza en Francia que, aunque controlada por los sindicatos, mostraba amplias reservas de combatividad y abría un horizonte de posibilidades... que no duró mucho.
El estallido de la guerra paralizó en un primer momento a la clase en prácticamente todo el mundo. Las acciones puntuales contra los aprovisionamientos bélicos quedaron pronto aisladas. El antimilitarismo ruso fue incapaz de salir del ridículo ámbito de la pequeña burguesía pacifista y fundirse con las primeras resistencias de los trabajadores rusos a los resultados directos de la guerra. Con la maquinaria de propaganda a plena máquina a ambos lados del frente global, los refugiados ucranianos bien seleccionados y usados como arma propagandística, y la pequeña burguesía en todos sus sabores, desde el anarquismo a los ultras, bien alineada y en plena histeria belicista, los trabajadores parecían haber salido de escena... O cuando menos, como vimos en Kazajistán y Ceilán, parecían ser incapaces de establecer un terreno de luchas y organización propio.
Sin embargo, desde la primavera septentrional en adelante, primero en Irán y luego en Gran Bretaña, ha ido definiéndose una brecha, casi una oleada de huelgas salvajes, que apunta a todo lo contrario: huelgas y luchas en la que los trabajadores son conscientes desde el primer momento de la necesidad de superar un marco sindical necesariamente antagónico de sus intereses más básicos toman las riendas de su propia organización y, de forma creciente, experimentan formas de extensión y coordinación más allá de las fronteras sectoriales.
Una ideología para la economía de guerra: la izquierda y «los vulnerables»
Con todo, no podemos dejar de preguntarnos por qué la propaganda de guerra está siendo tan efectiva todavía hoy. Evidentemente la respuesta no es única y sencilla aunque el núcleo sea político y venga de un largo atrás: se unen los efectos acumulados de la ausencia de organizaciones de clase, la atomización y el aislamiento impulsados por la precarización global a la extensión de nuevas formas de comunicación y los efectos de la degradación de los sistemas educativos universales. Un abigarrado nudo de elementos que sólo puede deshacerse a base de lento y paciente trabajo de difusión y organización en barrios, pueblos y empresas.
Al mismo tiempo, la guerra ha acelerado una renovación de los discursos de la izquierda en EEUU y Europa para preparar y justificar las políticas de economía de guerra. Con el Pacto Verde atacando condiciones básicas cada vez más abiertamente, el ecologismo ya no es necesario como movimiento social a construir desde el estado. Sin embargo, las formas contemporáneas del malthusianismo, como el «decrecimiento», que culpan de las consecuencias de la crisis de civilización capitalista a la propia Humanidad que la padece, glorifican el empobrecimiento y justifican como resultado de una supuesta sobrepoblación la expansión del hambre y la miseria más inhumana en los países semicoloniales, viven su momento de gloria conforme la izquierda les toma argumentos consoladores y penitenciantes.
Pero, la principal vía de renovación ideológica viene de los viejos partidos socialdemócratas ibéricos. Porque, por loco que parezca, el gobierno de coalición de Sánchez en España y el de Costa en Portugal, se han convertido en un verdadero modelo para sus pares de Alemania o EEUU.
No en vano, están consiguiendo materializar un cambio de modelo productivo a base de cosas chulísimas como bajar los costes laborales totales y reducir salarios reales, haciendo converger en torno a un salario mínimo ligeramente mayor el conjunto de los salarios de los trabajadores, todo sin tocar una precarización galopante que sin embargo se reduce en las estadísticas gracias a contratos fijos discontinuos que eliminan parados de las estadísticas sin que la empresa se comprometa a contratar efectivamente a los trabajadores.
Pero lo que ha ganado para Sánchez la presidencia de la Internacional Socialista es el malabarismo ideológico que le permite presentar un ataque directo, general y brutal contra las condiciones de vida de los trabajadores como una cruzada por los más vulnerables.
La verdadera carga de profundidad de todas estas políticas es la consolidación de las políticas públicas en torno a los más vulnerables. La llamada justicia social está sustituyendo las políticas de rentas y ayudas universales por ayudas a las últimos 2-3 deciles de renta, ayudas selectivas por grupos demográficos, etc.
Se trata de un verdadero torpedo a la línea de flotación de los sistemas universales que se está consolidando en casi toda Europa, pero especialmente en los países mediterráneos, como un nuevo principio.
Si este principio se extiende luego, cuando llegue el momento de una nueva austeridad, a servicios básicos como el sanitario o la educación -y ese es el terreno que quiere preparar el Consejo Nacional de Refundación de Macron por ejemplo- el resultado inevitable será el paso de los sistemas universales a un sistema asistencial como el de EEUU.
No ha llegado ese momento. Pero llegará. Y la instauración del principio de no universalidad, alimentado ideológicamente además desde el identitarismo, hará tremendamente fácil el salto.
La izquierda y los nuevos pilares «sociales» de Europa, 9/10/2022
El discurso de la vulnerabilidad no sólo prepara el camino para el fin de los sistemas universales y una nueva austeridad, es moralmente destructivo para los trabajadores, reforzando la pasividad y la atomización hasta el límite: desde presentar las respuestas y luchas colectivas como insolidarias a apoyar, como hace ya el Labour británico, el uso del ejército contra las huelgas.
La izquierda ha encontrado un nuevo discurso en el que no puede sentirse más cómoda: le permite atomizar, alimentar la trituradora y el aislamiento, e incluso reprimir llegado el caso sin bajarse de su pretenciosa superioridad moral sobre unos trabajadores a los que quiere representar como vulnerables y brutos, y sobre todo, necesitados de tutores estatales.
¿Qué panorama global trae 2023?
Tanto la industria armamentística estadounidense como la propaganda de guerra en la prensa europea están preparando el camino para una guerra de al menos cuatro años y cerca de dos millones de muertos. Ni 2023 ni 2024 van a traer ninguna mejora en los precios energéticos y sí caídas de abastecimiento que ahondarán aún más la crisis industrial en marcha y acompañarán a la recesión que los propios bancos centrales están provocando para mantener la inflación contenida... y paliar el efecto arrasador de la política anti-inflacionaria de tipos de interés de EEUU.
Los efectos globales de la política de subida de tipos de la Fed van mucho más allá de las caídas del yen, la libra y el euro. Como el comercio internacional se hace mayoritariamente en dólares la subida de la divisa estadounidense significa automáticamente una escalada de los precios de los alimentos y del coste de la deuda pública en todo el mundo y especialmente en los países semicoloniales, desde Argentina a Nigeria.
«Exportar la crisis» no preocupa a la Fed, que ve la subida de precios de las importaciones como un refuerzo contra la inflación y que espera compensar en parte el efecto recesivo de la subida de tipos de interés con la llegada de capitales internacionales atraídos por esos tipos. De hecho, es lo que viene sucediendo desde que EEUU empezó a poner por delante del objetivo de crecimiento una política anti-inflacionaria. [...]
La perspectiva es de nuevo un rosario de crisis de deuda y financieras desde la periferia al centro del mercado mundial.
Pero hay más. Si los bancos centrales del resto del mundo entran en la misma línea y suben tipos para reducir la sangría de capitales y de paso compensar la inflación generada por la subida de los precios de alimentos y materias primas causada por la guerra, el resultado necesario a corto plazo será una recesión global y violenta. Como ponía hoy en titulares Business Insider
Las agresivas subidas de tipos de la Reserva Federal tienen a los bancos centrales del mundo luchando por mantenerse al día. Un dólar fuerte pone a otros en una situación de pérdida total: luche contra la inflación y desacelere el crecimiento, o permita que los precios continúen aumentando. Los países están eligiendo en gran medida lo primero, y la desaceleración generalizada podría empeorar la propia recesión de EEUU
Y por si fuera poco con esto, los grandes mercados especulativos dan señales de agotamiento y grandes bancos como Credit Suisse se encuentran al borde de la quiebra, señales clásicas de que en el mismo centro del mercado de capitales es cada vez más posible y cercana una crisis financiera de primer orden.
Un momento crítico, 3/10/2022
Es decir, las cosas no van a mejorar por sí solas. Al contrario. El sistema cada vez es más antagónico no ya tan sólo del desarrollo humano ni siquiera de la satisfacción de las necesidades universales más básicas, sino pura y simplemente de la vida. Eso significa su evolución hacia el militarismo y la guerra.
Tampoco cabe esperar que aparezca de la nada un movimiento de clase y que por sí sólo, sin ningún trabajo previo, cambie el juego de una vez y para siempre. Nada nos exonerará de nuestra propia responsabilidad como trabajadores un poco más conscientes que el resto. Nada eliminará la necesidad de empezar desde lo más básico a discutir, organizarnos y crear redes y mínimas estructuras que nos permitan responder colectivamente a los problemas, ampliar la reflexión y organizar la solidaridad cuando se necesite.
En 2023 tenemos por delante un trabajo arduo, necesariamente paciente y aparentemente desagradecido. Pero imprescindible. Contamos contigo.
- Las fiestas son una buena excusa para quedar con compañeros de trabajo fuera de la empresa, discutir la situación, cómo os afecta colectivamente y cómo reaccionar. Invitad compañeros de confianza de contratas y empresas cercanas y ampliad el círculo cuando esté lo suficientemente clara una visión compartida.
- Busca formas de establecer redes con otros trabajadores en el barrio en el que vivas y llevar la discusión y sus conclusiones a vecinos que trabajan en otros lugares o son precarios que van de empresa a empresa o quedaron en paro. Identifica que sistemas de solidaridad podrían ser útiles en caso de despidos y cierres en empresas o establecimientos pequeños.
- Contrasta y discute con nosotros las cuestiones que te generen inquietud y las alternativas prácticas y reivindicativas que se planteen. Estamos en la misma que tu.
- No olvides que en todos los países el enemigo está dentro del propio país, llamando a sacrificios y a supeditar las necesidades humanas universales al beneficio de las empresas y las inversiones.