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2020 y la expansión de la guerra

29/12/2020 | Informe anual

El conflicto imperialista entre China y EEUU y el fantasma de la guerra en la región Indo-Pacífico

En los últimos cincuenta años no había habido tal número de soldados y armamento movilizado por tantos países en la región Indo-Pacífico. En 2020 los marinos de la armada china pasaron embarcados cuatro meses más de lo que estaba previsto. La cifra da una idea del aumento de la tensión en el Mar de China. Pero eso solo es una parte de la presión militar sobre el gigante a la que como mínimo habría que añadir los roces armados con India en la frontera del Himalaya y la tensión con EEUU y Taiwan en el estrecho.

Los continuos intercambios y ejercicios militares de unos y otros han servido para ensayar nuevas alianzas, probar armamentos, testar la capacidad china para una guerra simultánea en los cuatro mares y acelerar la militarización del espacio. Todo en un marco de desacomplamiento tecnológico del que la parte más visible han sido las querellas entorno a apps como TikTok o Zoom, pero cuyo núcleo es el intento de EEUU de cortar el desarrollo tecnológico chino por su base: el acceso a chips y procesadores, para los que depende de empresas de EEUU y de Taiwan.

Los medios se han centrado en las batallas diplomáticas y propagandísticas en torno a la pandemia, las sucesivas tandas de sanciones estadounidenses a cuenta de Hong Kong primero, de Xinjiang después y ahora de Tibet y Taiwan, y en la firma del tratado RCEP que forma un área de libre comercio asiática con 14 países alrededor de China. Pero apenas destacan dos hechos que marcarán los próximos años.

1 La formalización de una alianza militar anti-china entre Australia y Japón a la que indirectamente se ha sumado ya Vietnam y directamente se sumarán EEUU y muy probablemente India (el QUAD), ligada directamente a los Cinco Ojos (EEUU, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Gran Bretaña). Es decir, el principal legado en Asia de Trump a Biden -que presume de ser aún más agresivo contra el rival asiático- será una OTAN asiática, la vieja pesadilla del gobierno de Pekín.

2 Firmar el RCEP con Australia no ha impedido a China mostrar su determinación en la guerra comercial contra el estado insular. Los dos meses finales del año han sido de verdadera ofensiva: impuestos al vino australiano del 200% antes de Navidad y bloqueo de las importaciones de carbón aun a costa de sufrir apagones y falta de suministro eléctrico. El impacto ha sido global. Solo la perspectiva de que los bloqueos se extendieran al acero elevó el precio del mineral de hierro un 50% en los mercados de materias primas.

Que las alianzas para contener a China militarmente se formalicen y que a China no le tiemble el pulso a la hora de llevar una guerra comercial contra uno de sus líderes, Australia, dibuja un marco que se completa con la expulsión del capital chino de India, el creciente desacomplamiento industrial chino-coreano, el rearme japonés y el creciente interés de Rusia, Alemania y Francia por hacerse presentes militarmente en la región. En 2020 las condiciones para una guerra imperialista en las fronteras o el entorno de China han dado un paso de gigante.

Turquía y la expansión de la guerra del Mediterráneo al Cáucaso

En 2020 el gran protagonista del conflicto imperialista fuera de Asia fue Turquía. El año comenzó con el envío de tropas y mercenarios sirios a Trípoli. A cambio Turquía obtenía el primer -y de momento único- tratado de fronteras marítimas que reconocía sus aspiraciones sobre las aguas del Mediterráneo Oriental y por tanto sobre los hidrocarburos y yacimientos gasísticos de la región que se reparten entre Grecia, Chipre, Israel, Líbano y Egipto. De paso, esperaba consolidar a los Hermanos Musulmanes en el gobierno de Trípoli, ganar una base militar permanente desde la que asegurar sus posiciones frente a Italia, Grecia y Egipto y, faltaría más, entrar en el capital de la petrolera nacional libia. El coste... una nueva escalada bélica en un país ya destrozado. Pero una cumbre organizada en tiempo récord por Alemania paró la escalada temporalmente y organizó una flota para imponer realmente el embargo de armas europeo. Solo fue un respiro.

Mientras, la relación entre Ankara y Moscú se tensaba hasta acabar al borde de un enfrentamiento directo entre Rusia y Turquía en Siria. El fantasma de la derrota militar y una crisis galopante puso jaque internamente al régimen de Erdogan, que a su vez presionó a Europa convirtiendo su situación en Siria en una nueva crisis de refugiados en la frontera con Grecia.

Cuando parecía que la situación era insoportable, pinzado entre la crisis y el estancamiento de su estrategia imperialista, el régimen erdoganista supo aprovechar la oportunidad que suponía la pandemia para recomponer su posición en Siria con Rusia e Irán, iniciar una campaña militar en el Kurdistán irakí y sobre todo, darle un vuelco a la guerra libia.

Gracias a la aviación, los drones, la armada y los miles de mercenarios desplegados por Turquía el gobierno de Trípoli retomó primero el control de la capital y su aeropuerto; después las zonas controladas por mercenarios rusos al Oeste del país y finalmente avanzó hacia el Este. El ejército de Haftar pasó a práctica desbandada en el centro del país y los de Trípoli avanzaron hacia Sirte en la esperanza de que las derrotas aceleraran la descomposición de las facciones dirigentes de la Cirenaica. Se dibujaba el peor escenario posible para las potencias que en 2011 orquestaron la intervención militar que dio paso a la guerra: una paz tutorizada por Rusia y Turquía. Con Francia incapaz de ganar la guerra en el Sahel y los rusos como alternativa, el mapa de influencias de Africa entera amenazaba con dar un vuelco.

Estábamos en junio y comenzaba a dibujarse un escenario en el que la guerra del Sahel se estancaba y amenazaba con contagiar al Magreb, la guerra en Libia se conectaba con las tensiones en el Mediterráneo Oriental y Etiopía, mientras Turquía aumentaba la presión sobre Grecia, recuperaba peso militar en Siria y azuzaba una nueva guerra en Cáucaso para mandar una señal a europeos y rusos. Prácticamente fue lo que pasó. Pero en el camino apareció un elemento nuevo que decantó la situación en contra de Ankara.

El 21 de junio el parlamento de Egipto aprueba la invasión de Libia y cambia todo el juego regional. Ni siquiera tiene que llevar sus tanques a Sirte. La amenaza aconseja a Turquía y sus aliados de Trípoli parar la ofensiva inmediatamente. Erdogan cambia de nuevo el juego y en agosto provoca a Grecia directamente mandando a su armada a escoltar a un buque de prospección geológica a aguas en disputa. El resultado será adverso: Grecia recibe apoyo militar y político tanto de Francia... como de Egipto, con quien acaba firmando un histórico acuerdo de fronteras marítimas que desbarata las pretensiones turcas. Francia, que mientras tanto ha tenido un roce armado en aguas libias con buques de guerra turcos que escoltaban a contrabandistas de armas, se convierte en la punta de lanza a favor de las sanciones contra Ankara. La guerra clandestina entre Francia y Turquía pasa por Siria, donde París apoya sin ambages a los ejércitos kurdos del PKK-YPG contra las fuerzas turcas, pero también por la misma Francia, donde Turquía -y su aliado Qatar- financian la subversión separatista -como la califica Macron- de los Hermanos Musulmanes. Los atentados de octubre harán aun más franco el conflicto con Turquía organizando un boicot contra los productos franceses y Francia organizando la represión interna de las organizaciones islamistas más o menos articuladas por los Hermanos Musulmanes.

Pero mientras, el hartazgo de la guerra y su miseria ha levantado a una masa de trabajadores a ambos lados del frente libio. La clase dirigente libia entera se siente por primera vez amenazada y el llamamiento a negociaciones cuaja por primera vez, ambos bandos están ansiosos por poder exportar petróleo de nuevo y calmar las protestas. Los grandes perdedores serán los Hermanos Musulmanes, que pasan a un segundo plano en el gobierno de Trípoli... y Turquía, cuyos intentos de azuzar de nuevo la guerra no encuentran ya eco en el gobierno tripolitano.

La última jugada turca será azuzar la guerra en el Nagorno Karabaj en un intento de recuperar influencia en el mundo turcófono centroasiático, dejar en evidencia a EEUU y Francia... y ser reconocido por Rusia como una potencia regional. A pesar de ganar la guerra Azerbaiyán, a costa de miles de muertos, Turquía no conseguirá sus objetivos.

A día de hoy Turquía promete dedicar 2021 a recomponer relaciones con Israel, EEUU y la UE y debe agradecer a Rusia no ser desalojado de los territorios kurdos del Norte de Siria. Mientras, tiene que ver cómo Emiratos ocupa, de la mano de Egipto, Israel y Grecia, el lugar al que aspiraba en el foro del gas del Mediterráneo Oriental. Un triunfo contante y sonante, pero también muy simbólico para el eje que forman Arabia Saudí, Emiratos, Israel, Sudán y Egipto al que, las aventuras militares turcas y la estrategia de contención de Irán desarrollada por Trump han consolidado.

El eje EEUU-Arabia Saudí-Emiratos-Israel-Egipto-Sudán... Marruecos

Uno de los elementos característicos de la política de Trump en Oriente Medio fue suscribir la posición de Israel, Emiratos y Arabia Saudí contra Irán y denunciar el tratado nuclear firmado por el gobierno Obama con Teherán y el apoyo de los países de la UE y Gran Bretaña.

En realidad israelíes, emiratíes y saudíes no solo coincidían en su enfrentamiento con Irán... sino con los Hermanos Musulmanes -en especial su rama palestina, Hamas- y sus principales padrinos: Qatar y Turquía. Este juego emergió con dramatismo durante la llamada Primavera árabe, colocando a Egipto en un frente común con sus vecinos del otro lado del Sinaí.

En junio de 2017, Arabia Saudí, Emiratos, Baréin y Egipto cortaron relaciones diplomáticas y comerciales con Qatar e impusieron un embargo terrestre, marítimo y aéreo, acusando a Doha de apoyar el terrorismo -de los Hermanos Musulmanes- y tener vínculos con Irán. Toda una guerra blanda se puso en marcha entonces. En 2018 nuevos elementos del conflicto emergieron en la prensa occidental cuando Turquía instrumentalizó contra el príncipe Salman de Arabia las pruebas del secuestro y asesinato de Jamal Khashoggi en Estambul a manos de los servicios secretos saudíes. La aparición de un conjunto de intereses comunes y el curso de la guerra siria facilitaron una colaboración creciente entre el frente árabe anti-iraní e Israel.

Así las cosas, en 2019 Irán azuzó la guerra en Yemen, bombardeó infraestructuras petroleras en Arabia Saudí, instrumentalizó la revuelta de la pequeña burguesía iraquí y no escatimó golpes armados en un intento de presionar a EEUU para que saliera de Irak sin iniciativa política. En respuesta, el 3 de enero, EEUU asesinó con un misil en el aeropuerto de Bagdad al general Soleimani, la punta de lanza del imperialismo iraní en Siria e Irak. El peligro de una escalada que acabara en un enfrentamiento abierto entre EEUU y Arabia Saudí por un lado e Irán hizo emerger los fantasmas de décadas de enfrentamientos. Pero la respuesta americana fue, a pesar de todo, mesurada. EEUU quería una escalada abierta tan poco como Irán. Trump tenía una alternativa con la vista ya puesta en un segundo mandato: consolidar el frente anti-iraní y anti-Hermanos musulmanes organizando el reconocimiento de Israel por sus aliados clandestinos. Así EEUU podría reducir drásticamente su presencia militar en la región y evitar conflictos armados sin ganancias directas sin renunciar a su capacidad de influencia ni poner en peligro mercados. Al revés, vendiendo aún más armamento militar.

La jugada clave vendría precisamente por ahí. Con Irán amenazando explícitamente a Emiratos, EEUU condicionó la venta de drones, aviones F35 y otros sistemas de última generación al reconocimiento de Israel. Emiratos responde con la condición de que Israel abandone el plan de anexión de Cisjordania aventado por Netanyahu que ha alienado completamente al gobierno de la ANP (OLP) erosionándolo gravemente frente a Hamas. Finalmente el acuerdo se produce: Emiratos se convierte en el tercer país árabe en reconocer a Israel. Con todo la estrategia Trump tiene un traspiés: no consigue que la ONU mantenga el embargo de armas a Irán. Pero menos de un mes después Baréin sigue los pasos de Emiratos.

Las consecuencias globales son inmediatas, las víctimas directas: Turquía e Irán, que ven consolidarse a sus principales rivales imperialistas como bloque y a EEUU consolidar su posición reduciendo flancos. El mercado tecnológico y militar del Golfo da un vuelco: la tecnología militar israelí amenaza con decantar los equilibrios de poder regionales. Solo la primera compra emiratí en Tel Aviv suma 23.000 millones de dólares. Israel juega sus cartas en Siria y facilita la bendición rusa para que el régimen de Al Assad reciba ayuda de Arabia Saudí y Emiratos, reduciendo su dependencia de Irán.

Turquía ve cómo su patronazgo de los Hermanos Musulmanes empieza a pasar factura en el mundo árabe. EEUU empieza a mover sus bases anatolias y sugiere como nuevo destino Grecia o Emiratos. Empuja a Líbano a negociar un acuerdo de fronteras marítimas con Israel y otro a Egipto con la ANP que acaban de cercar las pretensiones turcas sobre el gas del Mediterráneo Oriental.

Siguiente reconocimiento: Sudán. Las claves: ayuda económica de EEUU para consolidar el régimen y ayuda militar egipcia e israelí para parar los avances turcos en Somalia. Pero lo que es más importante, tanto para Egipto como para Sudán: que Emiratos y Arabia Saudí se abstengan de intervenir en el conflicto sobre la presa del Renacimiento que une a ambos contra Etiopía y en sus eventuales derivadas (que veremos abajo).

Y una guinda final: Marruecos. La recesión ha llevado al cierre a buena parte de sus maquilas en el Sáhara. Masas de trabajadores jóvenes precarizados al extremo y ya hambreados se acumulan en las calles a pesar de los toques de queda y la militarización de las ciudades. La situación es explosiva. Pero el Majzen tiene una larga trayectoria convirtiendo en armas sus propias debilidades. Alivia la presión abriendo la espita de una nueva crisis de refugiados en Canarias que le sirve para reclamar fondos de la UE desde una posición de fuerza, pero también para acabar de decantar a España hacia un reconocimiento de la situación de facto en el Sáhara. Argelia moviliza al Polisario e inicia un conato de vuelta a la guerra saharaui para afirmar sus propios objetivos imperialistas y frenar la jugada de Rabat. Pero el Majzen tiene una mano escondida: a principios de diciembre EEUU reconoce la soberanía marroquí sobre los antiguos territorios españoles del Sáhara Occidental y anuncia una venta de drones de última tecnología que aseguran al ejército real el control del mar de arena. El rey publica dos comunicados: en uno reafirma el lazo con la ANP, en otro anuncia una normalización de relaciones con Israel en nombre de los lazos especiales que unen a la comunidad judía de origen marroquí , incluso en Israel, en la persona de Su Majestad el Rey. Aspira, evidentemente a recibir inversiones y tecnologías desde el Golfo e Israel reanudando cuanto antes los flujos directos de personas y capitales. Pero los retrueques no son pocos, en primer lugar debilita las posiciones imperialistas de España en el Magreb en segundo lugar, y no menos importante, puede eternizar a Netanyahu en el poder. De repente cobra sentido la campaña identitarista sefardí organizada por los medios públicos israelíes y que ha producido series internacionales como Valley of Tears. Netanyahu quiere que los judíos de origen marroquí voten pensando en Marruecos para romper el empate eterno con la oposición. La guinda: la invitación al rey a visitar Israel en primavera, justo antes de la fecha esperada para unas nuevas elecciones. No hay duda de que rey Mohammed VI la cobrará cara.

Guerra y conflicto imperialista en Etiopía

Es difícil entender la guerra en Etiopía sin un poco de perspectiva histórica sobre su siglo XX. Pero centrémonos en 2020. El año empezó para Etiopía con un incremento de la tensión con Egipto a cuenta de la Presa del Renacimiento. Egipto, aliado de Arabia Saudí y Emiratos y nueva potencia hegemónica en Sudán, tiene una larga historia promoviendo la desestabilización de Etiopía como forma de defender su flanco Sur. El fracaso de la última ronda de negociaciones sin que viniera acompañado de presiones militares abiertas, hacía muy sospechosa la actitud de la diplomacia de El Cairo. Pero es que Egipto estaba a la espera, atento a la evolución de un proceso que venía cuajando desde la salida del núcleo de poder del Tigré del gobierno nacional etiope y que se había radicalizado en los seis meses anteriores. Sus cartas: Sudán y Eritrea.

Evidentemente la guerra fue una masacre en la que el premio Nobel de la Paz favorito de los europeos animó la brutalidad y los crímenes de guerra hasta el último momento. Aunque la resistencia del gobierno regional depuesto es ya puramente guerrillera, el desplazamiento masivo de refugiados hacia Sudán en condiciones infames sigue desestabilizando la región. A estas alturas más de 50.000 refugiados etíopes se han asentado en el valle fértil del sudeste sudanés, una zona poblada por agricultores etíopes desde hace mucho pero bajo soberanía sudanesa. Las incursiones del ejército etíope en la zona, persiguiendo a la resistencia del Tigré, han movilizado al ejército sudanés y provocado los primeros combates directos. En el Suroeste, en Darfur, las milicias aliadas a Etiopía han devuelto el golpe rompiendo los acuerdos de paz y volviendo al horror de las matanzas de principios de los 2000.

El conflicto entre Sudán y Etiopía llega ya mucho más allá de la disputa por el agua del Nilo y es difícil que termine incluso si Egipto utiliza el desastre para imponer la paralización de la presa del Renacimiento. A estas alturas amenaza con precipitar una guerra de descomposición simultánea tanto en Sudán como en Etiopía. El gobierno etíope, enfrentado a violencias armadas crecientes en Oromia, Tigré y su región somalí ha anunciado elecciones para junio, dando razón a las exigencias de los gobernantes de Tigré que precipitaron la guerra. 2021 despunta terrible.

El covid y la ideología de la guerra que viene

En 2020 hemos visto dibujarse el primer esbozo de lo que sería una guerra generalizada desde el Sáhara y el Sahel hasta el Cuerno de África; desde Libia hasta Grecia, Siria y de ahí al Cáucaso, Yemen e Irak... una cadena de guerras e intereses imperialistas cruzados lista a conectar a través de Afganistán con las continuas tensiones bélicas entre Pakistán India y China proyectándose inmediatamente por el Indico y el Pacifico.

La guerra está tan íntimamente ligada con lo que significa ser humano que verlo como una aberración no tiene sentido; está en nuestros huesos

de un artículo en el New York Times criticando un ensayo sobre el papel de la guerra en la historia.

Podríamos añadir las tensiones imperialistas que cruzan las Americas o las que enfrentan, todavía a un nivel prebélico a China con las grandes potencias en el Africa subsaheliana, incluso a EEUU con Alemania y la UE. Pero no es necesario para delinear un marco global acelerado en 2020 por la pandemia del Covid y la recesión galopante. Un último apunte sin embargo: la relación entre la gestión de la pandemia y la maduración de las ideologías de guerra.

No es solo que la máquina de la opinión estadounidense y europea se estén aplicando con éxito contra la imagen de China fuera de Asia, es que hay un intento deliberado en marcha por reconsiderar culturalmente el significado mismo de la guerra. El motor ha sido sin duda la nueva normalidad, que no ha sido otra cosa que la normalización de la matanza de cientos y miles de personas cada día con tal de mantener las empresas abiertas y salvar inversiones en vez de vidas. Si aceptamos que se nos presente como humanitario y sensato un supuesto equilibrio entre un número de muertes por Covid aceptable y los costes monetarios de un nuevo confinamiento, ¿qué les va a refrenar de utilizar la misma moral de coste y beneficio para justificar la guerra?

«Cómo las elecciones en EEUU y la gestión del Covid preparan la ideología para la próxima guerra», 9/10/2020

Porque el problema de fondo es que conforme más y más capitales nacionales ven agotadas sus oportunidades en el mercado mundial en medio de una crisis que se ha vuelto perenne, más aceptable les resulta la guerra en términos coste beneficio. La guerra expone la misma contradicción que la pandemia ha puesto sobre la mesa: el capital grande y pequeño, en todos los países, enfrentado a la necesidad humana más básica, la vida... que solo los trabajadores tienen interés hasta el final.

Por eso aunque 2020 ha supuesto un salto adelante peligrosísimo en la expansión global de la guerra, el principal elemento que debemos recordar y retener es que ha sido también el año en el que la movilización espontánea de los trabajadores ha servido para parar una de las guerras más destructivas e insidiosas de la década. Es decir, la guerra no es un fatum, un destino indiscutible de la decadencia del sistema, sino que está siempre pendiente, antes de estallar y una vez lo hace, de la relación de fuerzas entre la burguesía de todos los países y los trabajadores. Una relación que también ha evolucionado significativamente en 2020 y que estudiaremos mañana en nuestro siguiente informe anual.